QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

INICIO

Pgs. 1    2

HOSPITALARIOS

(relatos)


Cuando te llevan al hospital, siempre es por algo, y lo primero que tienes que hacer es tener cuidado con los nombres. De la enfermedad, de las medicinas, del diagnóstico, de en qué tienes que obedecer al celador, etc, etc. Cada cosa tiene su nombre, e incluso varios según de qué se trate y cómo se trate la cosa.


Por eso los nombres son tan importantes. Yo siempre me he interesado mucho por ellos. Me pasa igual que a Fray Luis de León. Ya lo evidencié cuando participé en el Comité de Terminología del Instituto de la Ingeniería de España.


Ahora que ya podemos quitarnos la mascarilla del Covid en determinadas condiciones, vamos a quitarnos  también la otra máscara social con que venimos protegiendo nuestros pudores de siempre. A fin de cuentas, todos revertiremos al polvo de la tierra.


Yo ingresé en el hospital como si me doliera Basilea. A la ciudad suiza, al lado de su Rin y, repercutida entre Suiza, Francia y Alemania, le duele todo lo que pueda doler a las tres naciones.


Así, a mí, me dolía, a su manera, el sistema genito-urinario, el óseo y el digestivo; los tres, por mis bajos, pero con repercusiones en mi estado general. Lo de que se repercuten me lo enseñó un celador al ver cómo asentaba mis bajos en el borde de la cama.


Teniendo en cuenta que los nombres pueden tener acepción cientifica, vulgar, de uso o malsonante, vamos a pasar revista a lo sucedido.


Padecía hematuria es decir, producía orina sangrienta, o sea, como si meara o hiciera un pis de sangre. En el País Vasco al pis lo llaman chis; todo el que habla a lo fino le llama pipí. Lo de pipí está más generalizado en la comunicación entre padres y niños pequeños, por eso resulta chocante que se aplique a personas mayores, pero hay quien lo hace, aparentemente, para no ofender. Se me olvidaba decir que a mearse en la cama o en la ropa también se llama mojar (“quien con niños se acuesta, mojado se levanta”)


El médico recomienda una ingesta con muchos líquidos: la dieta, la comida, en definitiva, con líquidos abundantes; y beber continuamente mucha agua. Mi dieta, además, estaba adjetivada como blanda porque he tenido que renunciar a mi dentadura postiza para evitar males mayores. Aquí ya se ve la repercusión digestivo-urinaria: el agua, por la boca y, luego, a los riñones y vejiga.


Cuando me presenté al urólogo ya tenía antecedentes de haber estado sondado antes, y con dos consecuencias a la vista. La sonda (tubo que comunica el interior de la vejiga con una bolsa externa para contener la orina que fluye a ella de manera natural y continua) había producido en el final de la uretra una inflamación que afectaba al glande de manera que el prepucio no podía retraerse. Ello se diagnosticó como parafimosis que, en román paladino quiere decir que era “como una fimosis”. Ésta, a su vez, es el estrechamiento del orificio del prepucio, que impide la salida del glande.


Llegados aquí es el momento de hablar del pene, el órgano sexual que caracteriza al hombre. Tiene otros nombres: la polla, el pito, la cola, la colilla (en los niños pequeños), verga, miembro viril, picha, pija, falo, etc.


Pero todos terminan igual: en el glande, bálamo o haba. En Aragón, por menos que un pitillo te llaman “tonto l´haba”. En su punta desemboca la uretra, el conducto por el que sale la orina y por el que se mete la sonda cuando hace falta. También sale por él el semen cuando hay eyaculación, es decir, cuando “le viene”, y se lanza al exterior el esperma o la leche procedente de los testículos.


El glande está recubierto por el prepucio que es un pliegue de piel suelto que lo envuelve totalmente, pero con capacidad de retraerse hasta dejarlo al aire por completo. Cuando esta retracción resulta imposible bien por causas naturales o por enfermedad es porque la apertura de dicho prepucio es escasa. A esa situación se llama fimosis, y se resuelve recortando la piel para agrandar su apertura. Como ese recorte es según una circunferencia, la operación se llama circuncisión (cortar circunferencialmente).


Hasta aquí hemos hablado del pene y de su extremo exterior, el glande con su prepucio, pero queda mucho pene por detrás, hasta su enraizamiento en la ingle. Esa parte está constituida por unos tejidos esponjosos que cuando el pene esta relajado y encogido forman con el glande un gurruño del que este último es lo único apenas notable.


Esta circunstancia me hizo aclarar al urólogo que me atendía, que yo no era capaz de encontrar mi pene. Él me respondió mientras hacía sus palpaciones usted no se preocupe, que yo sí se lo encontraré. Y bien que lo encontró.


La segunda consecuencia a la vista del urólogo era que yo me quejaba de orquitis (el dolor interno se salpicaba de vez en cuando con unos picores externos irresistibles en el escroto –el forro de los cojones-, con los que podía una pomada llamada Brentán). En cierta ocasión que el equipo de higiene corporal me intervino en la cama porque yo, durante días no pude valerme en la ducha, una auxiliar se ocupaba de mis suciedades en el paquete (posibles cascarrias -salpicaduras de mierda, de caca atrasada- que había pronosticado antes el simpático celador colombiano) con tanta resolución que mi reacción se tradujo en un ¡ay! agudo.

¿Qué le pasa?, inquirió ella.

Que tengo orquitis.

Y eso, ¿qué es?


La orquitis es la inflamación de un testículo; el derecho, en mi caso. El urólogo que me palpaba lo confirmó y añadió que la afección duraría meses.


A los testículos los llaman también cojones, huevos, bolas y criadillas. Estas últimas las convertía mi abuela en un plato delicioso del que nunca más volví a oír hablar; no sé si las sacaría del cordero, del novillo, del carnero, del cerdo o del toro, pero el hecho es que estaban exquisitas.


¡Mami, que el Fali tiene el pito almidonado!

Me lo contó el padre de los pequeños que era compañero de trabajo en la fábrica de Córdoba.


Voy a permitirme una digresión fuera de esta mi propia experiencia directa, porque creo que merece la pena aprovechar ciertos detalles para ampliar conocimientos.


Parece que la observación de la niña se debía de corresponder con que el cuerpo esponjoso del pene de su hermanito, por urgencias urinarias, había actuado para ponerlo tieso. Algo parecido ocurre en los adultos, y no por razones urológicas, sino genitales.


“… Cuando al hombre le crece la hombría …” dice una poeta amiga para dar a entender que al hombre, en trance de urgencia sexual se le ha empinado la polla.