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HIJA


Título:  LA HIJA DEL COMISARIO. Memorias de posguerra en Soria (escrito en 2020)


Autora: Ana María García Terrel. Es Maestra, Premio Extraordinario en su Licenciatura y Doctora en Sociología y Geografía por la Universidad Complutense.


Edita: Círculo Rojo (147 páginas).


Se trata de un libro autobiográfico que resulta ser un modelo para enseñar (recordemos que nuestra autora es pedagoga) cómo hay que escribir la historia siendo protagonista de ella. Como historiadora que muestra ser se explaya en su árbol genealógico enraizándolo en lo profundo (en su propósito llega al siglo XVIII) y extendiéndolo muy ampliamente: San Petersburgo, Sevilla, Ponferrada, San Sebastián, Los Andes, Lot et Garonne, Argentina, Berlanga de Duero … Y después nos sorprende porque, al final, jibariza el árbol: lo convierte en un hermoso bonsái. Lo poda cuando tiene 17 años; más que podarlo, lo tala.


El título tiene resonancias de best seller pero, como digo, se sustancia en un alegato de cómo la autora ha de conjugar el papel de las dos figuras en las que se ejercita con elegante soltura: la del torero y la del historiador. Es, a la vez, una especie de Conchita Cintrón, “maravilla del toreo” y de Aldous Huxley que, sin ser historiador profesional (hubiera sido médico como Marañón, pero su vista se lo impidió), se ejercitó como historiador de primera (Los demonios de Loudun) .


¿En qué difieran esas dos figuras? Cuando Ana María se enfrenta a un morlaco, aunque tenga que arriesgar mucho y sin apenas margen de maniobra, le da, de pronto, una larga cambiada y … a otra cosa, mariposa. Por el contrario, si quiere profundizar en un acontecimiento que le interesa, sigue con rigor una pauta historiográfica hasta extremos de agotar archivos de todo pelaje y lugar.


Tiene ella una ligereza de pluma envidiable y una elegancia sencilla que te sujeta a su lectura; además, usa de su amplia cultura sin agobiarte pero siempre dispensando un alto sentido del humor. Las memorias del título tienen dos vertientes: las de antes de la guerra y las de después, las de la posguerra. Las primeras  son las asociadas a los archivos a que me acabo de referir, que no son sólo los de los papeles que oficializan hechos, sino también los archivos que son pura tradición oral de las personas. Todas ellas se enredan en complicadas relaciones familiares que hacen difícil al lector alejado de los sucesos, un seguimiento continuado que, por otra parte no resulta imprescindible para apreciar el talento de la autora.


Las otras, las de posguerra, aunque siguen también estando teñidas de lo familiar (de ella), están más impregnadas de un interés de mayor proximidad al lector. Seguramente esto ocurre así, en mi caso, por el hecho de sentirme contemporáneo de la narración (yo le llevo a ella solamente año y medio de ventaja). Estoy en condiciones de apreciar, con admiración, su ternura, valentía, sensibilidad, sinceridad y desenfado con que lo envuelve todo.


Me gustaría poderle preguntar a cual de los dos hay que hacer caso: A Cicerón que decía que la historia es la maestra de la vida, o a Aldous Huxley que lo desmentía asegurando que lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos nada de ella. Si hay que apuntarse al eclecticismo, también me vale la respuesta.



Me voy a refrenar de entrar en cuestiones delicadas para referirme a cosas más simpáticas o más serias.


<Pero también había clases divertidísimas. Su mejor ejemplo era la de dibujo artístico, impartida por don Isidro del Toro. Ese señor era completamente sordo y su apellido daba mucho juego. Al entrar en clase todos tarareamos un pasodoble. Luego alguno se levantaba y le mostraba un carboncillo o un lápiz simulando preguntarle qué era lo más adecuado para la tarea del día aunque lo que realmente le preguntaba a viva voz era si prefería banderillas o estoque. Algunos, desde su asiento pregonaban como en las plazas ¡Hay gaseosa! Las chicas estábamos en primera fila y aunque yo era buena en dibujo figurativo (no así en el lineal o geométrico) era incapaz de aguantar los ataques de risa y me envió al despacho del jefe de estudios. Eso era en mi sexto curso.>


Pues tuviste suerte, Anamari. A mí, ya me había pasado lo mismo en mi sexto, pero con peores consecuencias. Yo, con alguien más que no recuerdo, también me sentaba en la primera fila; las chicas, no sé dónde se sentaban, porque eran sólo dos: Mª Jesús Sainz Ruiz y Esther García Andrés (luego hablaré del segundo apellido de esta última).


En un ataque de risa como los tuyos, el señor Toro me echó de clase con amenaza de suspenso. El claustro de profesores al completo salió en mi defensa pero, al final, desistió de su apoyo ante el implacable Sr. Toro. Temían que pudiera perder la matrícula de honor y mi beca tan injustamente; pero se dieron cuenta de que por tratarse de una asignatura secundaria, que no producía nota de calificación (sólo valoración de apto o no apto), se me mantuvo en suspenso hasta septiembre; entonces me examiné y obtuve el “apto”. Tengo que añadir en mi descargo que este suspenso en junio fue el único que obtuve en los 13 años que duraron mis estudios (7 de Bachillerato y 6 de Carrera).


Me hace mucha gracia cómo cuentas la entrada del elefante en tu casa. Te diré que en otra próxima a la tuya, en el mismo lado de El Collado, donde vivía mi amigo Alvarito del Villar Carrey, entró un día un gran jabalí y allí se quedó, disecado en el pasillo, con una dentadura envidiable y una piel oscura y muy pinchosa.


<Tenían las monjas un sistema de notas que iba otorgando el nº 1 a la media más alta, y luego el 2, el 3, etc. La consigna materna era no perder el 1. Pero aún peor era el método que mi madre preconizaba para lograr el éxito absoluto. Se trataba de, además de estudiar mucho, no dejar que nadie se copiase de mis exámenes escritos, de que no “soplase” ni apuntase ni contestase a las dudas de mi compañera de mesa, de delatar a quien viese copiando del libro con chuletas. Esto hacía de mí una niña odiosa, acusica, egoísta, endiosada. A mi madre estos conceptos le resbalaban, ella iba a lo suyo. Nunca propició en mi la idea de colaborar, ayudar, sentir empatía. El fin justificaba los medios. Así, un día y otro día, fue creando en mí una personalidad competitiva y exenta de espíritu de ayuda que creo que me ha marcado para siempre.>


Tengo ocasión de desmentirte y voy a hacerlo. No hace mucho coincidí con Aurora Andrés, mujer de mi amigo Agustín que, por lo poco que sabía de mí, me preguntó un día: Tú, siendo de Soria (ella es de Teruel), ¿no conocerás, por casualidad, a una chica que se llama Ana María García Terrel?

-Sí que la conozco, y mucho.

-Es que éramos compañeras en el Colegio Mayor Santa Isabel donde residíamos estudiando la carrera en Zaragoza. Era una chica fantástica; alta, rubia, distinguida, inteligente…

-Sé que lo era: Obtuvo notable en el examen de Reválida en Zaragoza.

-Como era más alta que nosotras, siempre nos poníamos detrás de ella para que nos protegiera del cierzo del Moncayo.


Copio del capítulo AÑOS DE AUSTERIDAD:

<No quedaría completa la descripción de la vida doméstica de nuestra familia si no aludiese a una persona que tuvo un papel muy importante en ella: había sido de muy joven muchacha de servicio de la abuela Matilde… Pasaron los años y su humilde casa de llenó de hijos: siete. Su marido cogió la enfermedad de la época: una tuberculosis… A las diez de la mañana acudía a nuestra casa para ayudar en las tareas más ingratas … A la hora de comer se retiraba a su casa para atender aquel doloroso panorama en su lugar degradado y mísero… Pero mantenía un carácter muy alegre y se desvelaba por todos nosotros.

Todos la quisimos mucho y me han contado que, muchos años después, cuando murió, mi padre estuvo con ella cuidándola en el Hospital.

Yo he hablado de nuestra vida de austeridad. Elisa nos enseñó a ver el abismo que se abría entre esta austeridad y la más absoluta carencia. Fue toda una lección de vida.>


Y gracias os sean dadas al Comisario y a su hija por la sensibilidad con que nos habéis dado esa gran lección de humanidad a los lectores.


No quiero marcharme sin hacerte un reproche imperdonable. Copio de la página 22:


<No soy de las que creen en la carta astral ni en los horóscopos, pero sí me inclino  a pensar que el nacer en este día (el primero de mayo, fiesta del trabajo) determinó que yo haya sido siempre una persona amante del trabajo, -doméstico, manual o intelectual-, con una incapacidad absoluta para estar “mano sobre mano” …>


Y miren ustedes por dónde, nuestra querida autora se deja retratar en la solapa de cubierta del libro, mano sobre mano. Y lleva ahí ya para dos años, y lo que te rondaré, rubia plateada, tan guapa y sonriente como siempre.