16. Saber con recta intención. Aseguran fecundidad de aciertos. Monstrosa violencia fue siempre un buen entendimiento casado con una mala voluntad. La intención malévola es un veneno de las perfecciones y, ayudada del saber, malea con mayor sutileza. ¡Infeliz eminencia la que se emplea en la ruindad! Ciencia sin seso, locura doble.


     Ni siquiera se puede decir que el saber sea neutro: Siempre habrá alguno que se haya planteado en su inicio para el mal. Pero en general, sí lo será. No se puede decir lo mismo de la aplicación del saber, porque casi siempre es ésta ambivalente. Detrás de la dinamita hay un saber, naturalmente, pero su aplicación puede encaminarse a construir un ferrocarril o a masacrar gente; igual ocurre con la energía nuclear.

     

Gran cosa es la inteligencia al servicio del bien, pero cuando se pone al servicio del mal y con decidida voluntad, el resultado puede ser dramático.


17. Variar de tenor en el obrar. No siempre de un modo, para deslumbrar la atención, y más si emula. No siempre de primera intención, que le cogerán la uniformidad, previniéndole y aún frustrándole las acciones. Fácil es de matar al vuelo el ave que le tiene seguido, no así la que le tuerce. Ni siempre de segunda intención, que le entenderán a dos veces la treta. Está a la espera la malicia; gran sutileza es menester para desmentirla. Nunca juega el tahúr la pieza que el contrario presume, y menos la que desea.


     Muy útil para la gente comercial y de marketing que viven en el mundo de la emulación y de la competencia: hay que estar atento a lo que hace el otro, pero con inteligencia. Recuerdo que dos competidores alemanes fabricantes de cosechadoras se vigilaban el diseño del tambor de desgranado, el corazón de una cosechadora. Ambos lo fabricaban con radios de fundición que por su peso ayudaban al efecto centrífugo necesario. Uno los cambió a secciones estampadas, de menos peso y más baratas. Inmediatamente el otro hizo lo mismo. Pero no había pasado mucho tiempo cuando el primero volvió al diseño primitivo …

     

Este oráculo se lo aplicaba al pie de la letra un amigo mío que era el gerente de una gran empresa en Pamplona. Para evitar la malicia de los terroristas que siempre estaban al acecho, tenía que cambiar continuamente de coche, de ruta, de horario, etc; tanto él como sus hijos que debían ir al colegio …

     

También sabemos que la gente, incluidos nuestros seres queridos, nos sorprenden (o al menos lo intentan) con sus segundas intenciones. Gracián les recomienda que pasen a las terceras por si nosotros ya nos hemos dado cuenta de sus segundas.

     

Habría que preguntarle a Gracián de qué lado sitúa la malicia en este caso: En quien maquina terceras intenciones, o en quien trata de defenderse de ellas?

     

En el juego de cartas, quién es el malo, cuando resulta que los dos jugadores están pensando: Como el otro pensará que yo pienso que el piensa …?


18. Aplicación y Minerva (1). No hay eminencia sin entrambas, y si concurren, exceso. Más consigue una medianía con aplicación, que una superioridad sin ella (2). Cómprase la reputación a precio de trabajo; poco vale lo que poco cuesta (3). Aún para los primeros empleos se deseó en algunos la aplicación; raras veces desmiente al genio (4). No ser eminente en empleo vulgar, por querer ser mediano en el sublime, excusa tiene de generosidad; pero contentarse con ser mediano en el último, pudiendo ser excelente en el primero, no  la tiene (5). Requiérense, pues, naturaleza y arte, y sella la aplicación (6).


(1) Trabajo e  inteligencia. Hasta no hace mucho se calificaba a un alumno trabajador como aplicado. Coronando el arco de triunfo que hay en la Moncloa y que da entrada a la Ciudad Universitaria madrileña hay una cuadriga que conduce la diosa Minerva, la de la sabiduría.


(2) Ambas se requieren para conseguir algo que merezca la pena. Pero los anglosajones añaden que una cosa sobresaliente incorpora un poco de inspiración y un mucho de transpiración (la del sudor que produce el trabajo; lo de “sudar la camiseta”  de los deportistas).

     

Un alto cargo de una reputada empresa consultora solía decir: “los listos se nos van a donde les pagan más; a los tontos los echamos. Así pues sólo quedamos los mediocres en la compañía”. Eran unos mediocres muy trabajadores.


(3) Gracián no piensa aquí en el dinero, pero como éste tiene ahora tanto predicamento …

     

Hay quien piensa que hasta la beneficencia ha de cobrarse, aunque sea mínimamente, pero en la medida en que el costo produzca aprecio. Alguien va más lejos: Existen ONGs cuyos voluntarios, además de su aportación personal, vienen obligados a pagar a la ONG a fin de poder sentir la satisfacción de obrar gratis … Y es que hoy, si no hay dinero por medio, nada funciona.


(4) Ser trabajador es connatural. Quien sale trabajador lo es hasta que muere.


(5) Aquí Gracián roza lo arcano a riesgo de contradecirse. No voy a entrar en el carácter posiblemente generoso de las promociones (recuérdese aquel chiste de bilbaínos: “Fíjense Vs. si Jesucristo era humilde que pudiendo haber nacido en Bilbao, nació en Belén”).

     

Pero sí he de resaltar lo importante que es tener siempre la ocasión de dar lo mejor de uno en el puesto que sea: No por ser uno muy bueno en su puesto hay que promocionarlo automáticamente (ni como premio -habrá que arbitrar otras recompensas-,  ni como problemático recurso administrativo).

     

Cada cual debe ser un gerente en su puesto, por humilde que éste sea. Al peón que gestiona bien su puesto de trabajo, sí habrá que promocionarlo: pero por ser un buen gestor, no simplemente por ser un buen peón. De lo contrario, lo que suele conseguirse es que se pierde un buen elemento en un escalón para ganar uno malo en el siguiente. Es la manera de alcanzar pronto el nivel de incopetencia de una compañía.


(6) Termina insistiendo en su idea inicial: el trabajo es lo que más vale.



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