11.Tratar con quien se pueda aprender. Sea el amigable trato escuela de erudición y la conversación enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros, penetrando el útil del aprender con el gusto de conversar. Altérnase la fruición con los entendidos, logrando lo que se dice, en el aplauso con que se recibe, y lo que se oye, en el amaestramiento. Ordinariamente nos lleva a otro la propia conveniencia aquí realzada. Frecuenta el atento las casas de aquellos héroes cortesanos, que son más teatros de la heroicidad que palacios de la vanidad. Hay señores acreditados de discretos, que a más de ser ellos oráculos de toda grandeza con su ejemplo y en su trato, el cortejo de los que los asisten es una cortesana academia de toda buena y galante discreción.

     

Conocí un niño que por coincidencias de cumpleaños estaba abocado a tener siempre condiscípulos mayores que él. Tan natural se le hizo esto que ya por sistema buscaba la compañía de chicos de más edad: Si terminaba el Bachillerato, se juntaba con muchachos que terminaban su carrera, etc. No buscaba erudición sino experiencia, cultura e información, porque, por añadidura, no se pegaba a cualquiera, sino a aquellos de los que más podía aprender.

     

Cultivó la costumbre toda su vida, y si bien no terminó en cenáculos a lo Lastanosa, al menos participaba en comités de sabios y discretos que resultaban maestros para él, en un agradable y distendido clima de compañerismo. Dada su sensibilidad, no sólo aprendía, sino que disfrutaba: no se puede aprender si no se disfruta aprendiendo.


12. Naturaleza y arte, materia y obra (1) No hay belleza sin ayuda (2), ni perfección que no dé en bárbara sin el realce del artificio: a lo malo socorre y lo bueno lo perfecciona. Déjanos comúnmente a lo mejor la naturaleza; acojámonos al arte. El mejor natural es inculto sin ella (3), y les falta la mitad a las perfecciones, si les falta la cultura. Todo hombre sabe a tosco sin el artificio (4), y ha menester pulirse en todo orden de perfección (5).


(1) La materia prima de una obra la aporta la naturaleza; la obra terminada es fruto del arte que en ella se haya puesto.


(2) Muchos piensan que el genio es suficiente para crear belleza. Es una equivocación. No hay más que ver la obra original de los grandes poetas para apreciar los garrapatos y tachaduras de sus cuartillas: detrás de cada poema hay mucho esfuerzo, trabajo y estudio. Mi amigo Antonio Mingote, por todo el mundo calificado como genial, me desmentía lo de la suficiencia del genio al afirmar: “Aprendí a dibujar a base de experimentar; siempre estoy experimentando” (que es otra forma de trabajarse la perfección). Y, qué decir de los pintores más excelsos en cuyos lienzos subyacen trazos y borradores abandonados a favor de la obra definitiva? Por no citar lo que suele exponerse como colecciones de bocetos para una gran obra (recuerdo los del Guernica de Picasso).


(3) Elipsis: sin la cultura.


(4) Hoy en día lo que se lleva es la apariencia tosca, fruto del feismo qu lo llena todo. Pero cuando se ve que esa tosquedad es puro artificio, a los toscos se les cae la máscara y, si no tienen cultura, se quedan en nada.


(5) Tomemos el caso de un intelectual brillante y agudo pero mal orador: Mejor será acudir a sus libros que a sus conferencias. Rafael Alberti era un buen poeta y un pésimo lector de sus versos. Preferible hubiera sido que nos dejara leerlos a nosotros en vez de aburrirnos con su monotonía verbal. En estos dos casos, inútil sería el consejo de Gracián del pulimento perfeccionista.



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