6. Hombre en su punto. No se nace hecho; vase de cada día perfeccionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias (1): conocerse ha en (2) lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado (3) de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo (4); tardan otros en hacerse (5). El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y aún deseado del singular comercio de los discretos (6).


(1)  Ya di a entender al empezar, que estos Oráculos son como píldoras concentradas del pensamiento de Gracián, así que no se les puede pedir muchas matizaciones. En el presente caso tal vez se da la impresión de que el perfeccionamiento del hombre se produce de forma natural simplemente por obra del paso del tiempo. Es más, en El Discreto (XVII), compara el logro de la eminencia con la crianza del vino que sí es fruto del envejecimiento.


Hay que tener cuidado con esto, porque como dice un amigo mío, hay viejos que más que experiencia lo que tienen son años; pero Gracián insiste: “Gran médico es el tiempo, por lo viejo y por lo experimentado”.


Cuando se dice “El oficio hace maestro” no decimos toda la verdad, porque dependiendo del genio que esté en juego, podremos hacer un maestro rutinario (que no será de gran utilidad) o un maestro genial. Añádase a esto el ingenio y la formación profesional y veremos resultados notablemente diferentes. Si alguien me viene diciendo “Oiga V, que soy un profesional!”, yo me echo a temblar.


Efectivamente, la maduración se produce con la edad, pero ayudada por la educación. Para educar bien hacen falta maestros con autoridad: augeo, ere, auxi, auctum (hacer crecer, educar). Auctoritas, del supino, y perdida la c, autoridad. Tiene autoridad, pues, el que hace crecer, el que educa.


La “educación natural”, la del buen salvaje, ya no tiene predicamento hoy. Lo malo es que ha sido sustituida con general indiferencia o beneplácito, por educarse en la calle, con los amigos, o con la televisión, que no sé cual es peor.


Es curioso el paralelismo del tutor que guía al niño en su aprendizaje y del tutor-estaca que asimismo guía al árbol joven en su crecimiento para que no se tuerza. Hoy ya no es suficiente esa tutoría; los conocimientos se desarrollan tan rápidamente que es precisa una educación permanente: toda la vida hay que estar aprendiendo. Parece que en esa línea va el Plan Bolonia para los universitarios de la Unión Europea.

     

(2)   Se notará que ha madurado si ha mejorado en gusto, ingenio, juicio, etc.


(3)   Defecar, aparte del significado que todos conocemos quiere decir depurar.


(4) Recuerdo haber oido decir a las mujeres habilidosas en la cocina que “a alguien le falta un hervor” para dar a entender que el tal no ha madurado todavía.


(5) Los humanos somos los seres de la creación más complejos y por eso nuestra construcción dura tanto; a los nueve meses de gestación siguen los años de infancia, pubertad, adolescencia, adultez, madurez y vejez. Hasta la destrucción, todo es construcción.


Ni la naturaleza, ni la industriosa arte (Gracián) son capaces de forzar el ritmo de crecimiento. Éste es el gran peligro actual: se quiere exprimir la máquina a toda costa olvidando lo que decía aquel niño: “Cada cual tiene su fuerfa!”


Lo que parece incuestionable es que uno no madura realmente hasta que no tiene hijos; lo contrario es excepcional. La vida está muy bien organizada.


(6) Observación claramente elitista: Bien está que a uno le admiren los exquisitos, pero mejor sería que nuestra  sabia maduración estuviera al alcance de cualquiera aunque ello nos obligue a obrar y manifestarnos de forma coherente e inteligible.


7. Excusar victorias del patrón (1). Todo vencimiento es odioso, y del dueño, o necio o fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida (2), cuanto más de la misma superioridad (3). Ventajas vulgares suele disimular la atención, como desmentir la belleza con el desaliño (4). Bien se hallará quien quiera ceder en la dicha y en el genio, pero en el ingenio ninguno, cuanto menos una soberanía; es éste el atributo rey, y así, cualquier crimen contra él fue de lesa majestad (5). Son soberanos y quieren serlo en lo que es más. Gustan de ser ayudados los príncipes, pero no excedidos, y que el aviso haga antes viso de recuerdo de lo que olvidaba que de luz de lo que no alcanzó (6). Enseñannos esta sutileza los astros con dicha; que aunque hijos y brillantes, nunca se atreven a  los lucimientos del sol (7).


(1)   Evitar quedar por encima del superior.


(2)   Que se lo pregunten a los Romanos del Imperio y a los Norteamericanos del Empire.


(3) La superioridad que domina el orden establecido (por ella) no soportará que alguien la emule o la ponga en peligro pretendiendo superarla. La superioridad tolera a los serviles, pero no a los que le hacen frente. Que cuente Quevedo su relación con el Conde Duque de Olivares. A Gracián, que aduló a Felipe IV y a Don Luis Méndez de Haro (más discreto y más rico que su tío Olivares), no le fue tan mal. Otra cosa fueron los padecimientos que sufrió de parte de sus superiores de la Compañía de Jesús. Gracián sabía de qué hablaba cuando escribió este Oráculo.


(4)   Ejemplo: Situémonos en una monarquía antigua. Supongamos una mujer hermosa próxima al entorno de la Reina. Ésta es, a la vez, poco agraciada, soberbia y envidiosa de la belleza ajena. Lo mejor que puede hacer aquella mujer es disimular con desaliño su belleza para no llamar la atención. Será su recurso para sobrevivir.


(5)   Vuelve sobre lo anterior. Para mantenerse a bien con los soberanos (los superiores), evitar la ostentación del propio éxito y aún del genio, que éste se puede ocultar. Más difícil es disimular el ingenio: es fácil que se le vea el plumero al que lo intenta (si es que hay alguien), con riesgo de caer en desgracia.


Ostentar un ingenio soberano sería un crimen de lesa majestad, es decir, de soberanía lesionada.


(6) Los príncipes se dejan ayudar a condición de que nadie se les suba a las barbas con la ayuda (lo que se dice de los príncipes vale para los jefes o superiores de cualquiera). Y por supuesto, la ayuda no irá más allá de las cosas menudas: Nunca ha de poner de manifiesto las carencias sustanciales del ayudado.


(7)   Muy bien que los astros brillen, pero con la luz que les presta el sol. No se les ha de ocurrir lucir con luz propia. No es difícil imaginar lo que pasaría en la Corte francesa del Rey Sol, teniendo en cuenta el incremento de luz solar que producen los aduladores.

Parece que Antonio Pérez decía: ”No hay príncipe que dure en sufrir mayor entendimiento”. Probablemente A. Pérez era más listo que Felipe II, pero desde luego, menos prudente. Y así le fue.



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