43. Sentir con los menos y hablar con los más (1). Querer ir contra la corriente

                            es tan imposible al desengaño, cuanto fácil al peligro (2). Sólo Sócrates podía

                            emprenderlo.  Tiénese por agravio el disentir, porque es condenar el juicio

                            ajeno; multiplícanse los disgustados, ya por el sujeto censurado, ya del que lo

                            aplaudía (3). La verdad es de pocos, el engaño es tan común como vulgar (4).

                            Ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio, pues no se habla allí con

                            su voz, sino con la de necedad común; por más que la esté desmintiendo su

                            interior (5). Tanto huye de ser contradicho el cuerdo como de contradecir: lo

                            que es pronto a la censura, es detenido a la publicidad de ella (6). El sentir es

                            libre, no se puede ni debe violentar; retírase al sagrado de su silencio, y si tal

                            vez se permite, es a sombra de pocos y de cuerdos (7).



Este oráculo es un corto resumen del capítulo XIX de El Discreto. Allí discurre Gracián sobre las prendas, y cómo usa de ellas, el hombre juicioso que entra a debatir. Imaginemos a éste, hoy, enfrentado a alguien en un debate de TV.


(1)   Ha de hablar como la mayoría, para que ésta le entienda, pero sin renunciar a lo original, lo valioso, lo poco común que lleva dentro.


(2) Si el oponente es contumaz y poco razonable, no ponerse a su altura llevándole la contraria en su propio terreno: no conduce a nada; se puede uno meter en un pozo oscuro de difícil salida. Es preferible oponer el razonamiento propio bien articulado. Los demás juzgarán.


(3)  Para debatir con alguien polémico no basta ser juicioso, hay que ser tan buen polemista como era Sócrates. Aquel oponente obstinado y sus seguidores tienen por injurioso que se les lleve la contraria. Piensan y afirman que eso es juzgarles, y que tal compete sólo a los jueces. Todos se enfadan mucho: el afectado, por sentirse particularmente herido y sus secuaces por solidaridad corporativa.


(4)  Aquí sí que habría mucho que discutir, porque ni la verdad lo es porque parezca que está en manos de pocos, ni los pocos (los selectos) son siempre espíritus puros que no engañan. Hoy en día se han cambiado las tornas y se pretende que la verdad lo es porque esté avalada por los muchos.


La verdad es tan de pocos que no es de ninguno, y yo pienso que quien crea poseerla se engaña y engaña. Estoy de acuerdo con Voltaire cuando dice que fue una lástima que Pilatos fuera tan poco curioso y tuviera tanta prisa. Preguntó a Cristo qué era la verdad y se marchó sin aguardar respuesta. Seguramente es que sólo Dios sabe lo que es la verdad. Los hombres no podemos hacer más que manejamos con nuestras verdades.


Lo expresó muy bien un hombre recto y profundo. En Antonio Machado leemos: “¿Tu verdad? / No, la verdad, / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”. Aún así, A. Machado, que además era un escéptico, y por tanto estaba sembrado de dudas, en ciertas cuestiones se creía en posesión de la verdad. En fin, lo eterno del predicar y dar trigo.


El problema es que aunque no tengamos la verdad hemos de vivir como si la poseyéramos, pues de otra forma la vida sería imposible. Necisatamos tener principios, aunque esos principios sean mudables como corresponde a nuestra naturaleza contingente. El debate está en si nuestros principios merecen la pena o son frívolos. Creo que los humanos no podemos dar mucho más de nosotros mismos.


Lo único bueno que nos queda a los hombres cuando la verdad es difícil, si no imposible de dilucidar, es que al engaño, ejercido por quien sea (los selectos, los vulgares, las masas o las minorías) se le alcanza antes o después, casi siempre antes.


(5)   No buscar al sabio en la plaza porque no es ese su sitio: es el de la gente necia y vulgar. Uno no puede evitar aquí el recuerdo de tantos mítines asamblearios, populacheros y demagógicos con pretensión de elevados propósitos.


(6)  Al cuerdo no le gusta entrar en polémicas: no le gusta contradecir ni que le contradigan. Resulta fácil contradecir; ya es más difícil argumentar.


(7)   Hay que admitir que nuestro oponente tiene derecho a sentirse libre en su fuero  interno y que a ello no se debe hacer violencia. Pero yo a mi vez debo poder elegir entre expresarme en público o guardar mis asentimientos u opiniones para mí o para mis íntimos.

                           

                            44. Simpatía con los grandes varones. Prenda es de héroe el combinar con

                            héroes; prodigio de la naturaleza por lo oculto y por lo ventajoso (1). Hay

                            parentesco de corazones y de genios, y son sus efectos los que la ignorancia

                            vulgar achaca a bebedizos (2). No para en sóla estimación, que adelanta

                            benevolencia y aun llega a propensión: persuade sin palabras y consigue sin

                            méritos (3). Hay la activa y la hay pasiva; una y otra felices cuanto más

                            sublimes. Gran destreza el conocerlas, distinguirlas y saberlas lograr, que no

                            hay porfía que baste sin este favor secreto (4).                 


(1)   Dios los cría y ellos se juntan. La tendencia natural del héroe verdadero (el varón ilustre por sus virtudes) es aproximarse a otros como él, sin entrometerse con ellos. Parecerá que esto es raro porque estamos acostumbrados a la suspicacia y recelo entre competidores, pero entre héroes es posible, deseable y además práctico.


(2)   La verdad es que aquella aproximación no es tan extraña dada la afinidad de caracteres y disposición, pero la gente no lo entiende: piensa que debe ser cosa de encantamiento.


(3)  La simpatía entre héroes va desde la estimación a la propensión pasando por la benevolencia. Y llega más allá: persuade sin palabras y logra cosas incluso sin merecerlas.


(4)   Gracián asimila esta relación a la del querer. Se suele decir que en las parejas siempre hay uno que quiere y otro que se deja querer. De ahí la referencia a una simpatía activa y otra pasiva. Buenas son ambas para empezar, pero el activo ha de esforzarse en conseguir que el pasivo se dé en simpatía plena (que sienta con el otro). Sin ello, todo empeño de cooperación será inútil.



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