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Bien, Gerardo Diego llega a Soria, y qué pasó? Pues pasó que nuestro poeta pasó por Soria y la cantó. Pero a él no le pasó nada. A Bécquer y a Machado sí que les pasó algo muy importante en Soria. Les pasó el amor.


Para Gerardo Diego Soria fue un paréntesis de amor. Lo había experimentado cuatro años antes de llegar a nuestra ciudad y estaba marcado por la ruptura. Lo colmó 12 años después de dejar Soria casándose en Toulouse (1934) con la joven francesa Germain Marín, que por cierto, también estaba ligada a Soria indirectamente. El poeta la conoció el año 1929 en Burgos camino de Santander y procedente de Salduero donde estuvo reponiéndose de una operación: había sido su segunda visita a Soria.


Esa circunstancia no impidió, sin embargo, que escribiera en Soria poemas de amor en los que late su experiencia amorosa. Ésta y todo lo demás que sucedió al poeta se recoge en Soria sucedida, del Tomo III de sus Obras Completas. Título bien sugerente: sucedida, que ha tenido lugar. Soria tuvo su lugar, sin duda, en el alma de Gerardo Diego, ese alma sin dueño que se acercó a Silos del brazo de sus amigos sorianos.


También escribió en Soria un par de glosas, la primera de las cuales es de contenido amoroso. Es tan bella que no me resisto a copiar sus estrofas primera y última. Otra de las características de Gerardo Diego es que era un dominador de la rima y de las formas poéticas. A lo típico de la glosa añade nuestro poeta la belleza de ritmo de la décima, y así produce un poema excepcional. Dicen esas dos estrofas:


        Déjame vivir verdades,

        la de tus apasionadas

        promesas de eternidades,

        y entre tus sinceridades,

        la doble verdad querida

        con que llaman a la vida

        tus dos palmas amorosas

        cuando estrechan perezosas,

        mi mano desfallecida.

        ..................................

        Yo quisiera devolverte

        todo este bien que me haces.

        Quisiera en perpetuas paces

        atar la vida y la muerte.

        Yo quisiera merecerte

        y hacer tan tuya mi vida

        como esta glosa dolida

        que tus contornos abraza

        y ahora verso a verso traza

        mi mano desfallecida.


Por lo que llevo transcrito hasta aquí de la poesía de Gerardo Diego podría deducirse que era éste un poeta formal y formalista, adscrito a lo tradicional, a la poesía clásica. A la manera de San Juan de la Cruz, uno de sus poetas confesados como favoritos en el Prólogo de su propia Antología de 1944. En su poema Instante lírico nos da esta pincelada:


        .......

        en tanto que con gracia sosegada

        se despereza el suelo estremecido.


Con ser esto verdad, no es más que una parte de la verdad. En aquel mismo Prólogo nos descubre muchas cosas más relativas a su personalidad humana y de poeta. Sus otros poetas preferidos eran Garcilaso, Rubén Darío y Antonio Machado. A quienes le critican, unos por tradicional y otros por esnob, opone una tranquila serenidad, una autenticidad que es constante en toda su obra.


Es un verdadero ser humano a quien tienta simultáneamente el campo y la ciudad, la tradición y el futuro, el arte nuevo y el antiguo, la retórica hecha y la que él gusta fabricarse a su medida, los recuerdos y la exploración del presente.


Por todo ello, Gerardo Diego no pudo faltar a la cita del 27, a la cita con Góngora en el tercer centenario de su muerte. Curiosamente, el renacimiento de Góngora entre nosotros vino de la mano de los parnasianos y simbolistas franceses del XIX. No hay sino recordar a Verlain, la pasión simbolista de Rubén Darío y el prestigio de éste entre los poetas españoles de su tiempo.


En la Antología poética de D. Luís de Góngora recogida por el propio Gerardo Diego se coleccionan todas las alusiones poéticas de cuantos se interesaron por el poeta cordobés, tanto a favor como en contra, desde sus contemporáneos hasta Rubén Darío precisamente.


La verdad es que todos los poetas importantes que detestaran la forma gongorina, terminaron por alabarlo. El caso extremo es el de Quevedo con su conocida Aguja de navegar cultos. Con la receta para hacer soledades en un día. En la referida Antología recoge Gerardo Diego tres poemas de Quevedo que son justo lo contrario de lo que preconizaba.


Se había inaugurado un torneo poético entre los dos poetas más grandes y más mordaces del momento: Góngora, y Quevedo, 19 años más joven que aquel, y más desvergonzado. Nos dice Gerardo Diego: "Quevedo tomó de la panoplia de Góngora las armas que luego él afiló para ejercitarlas contra Góngora. Escribió con su propio estilo (el de Quevedo), pero muy influenciado por Góngora. El Himno a las estrellas de Quevedo tiene imágenes y versos de Góngora casi al pie de la letra". Yo añadiría que un lector no especializado no distinguiría si el autor es Góngora o Quevedo.


Lope también lo admira, y aunque sin llegar a los extremos de Quevedo, le reprocha:


        ¿Mas ya, quien licencia toma

        para vestir como Cid

        o para usar en Madrid

        el traje que usaba Roma?


Cervantes, en cambio, no puso reparos a la ampulosidad culterana y al hiperbaton violento de D. Luis de Góngora y Argote. Le fue favorable. Su soneto de Caliope en La Galatea nos evoca:


        En don Luis de Góngora os ofrezco

        un vivo raro ingenio sin segundo.

        Con sus obras me alegro y enriquezco,

        no sólo yo, mas todo el ancho mundo;


        y si por lo que os quiero algo merezco,

        haced que su saber, alto y profundo

        en vuestras alabanzas siempre viva

        contra el ligero tiempo y muerte esquiva.


Por cierto, una vez más se cumple aquí, como en Bécquer, lo de que a mayor gusto hiperbatónico, más hipérbaton patronímico: D. Luís era hijo de D. Francisco de Argote y Dª Leonor Góngora.




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