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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Me voy a fijar ahora en una cuestión muy importante que está derramada en los versos y que tuvo una consideración especial por parte de nuestro autor, en su turno de presentación del libro. Es la del papel de la mujer. Recuerdo que se sintió muy esperanzado por el incremento cuantitativo de la participación femenina en los asuntos públicos. Diría que más que esperanzado yo lo vi como exultante ante el hecho que casi tocaba con las manos, de ver el mundo arreglado por cuenta de las mujeres que son seres extraordinarios.


Como no tengo constancia literal de sus palabras, me voy a permitir transcribir la respuesta que recientemente ha dado en una entrevista sobre el tema. Creo no traicionar con ello su propio mensaje:


P.- ¿Qué papel juegan las mujeres en esa cultura de paz?


R.- El papel de las mujeres es absolutamente fundamental. El poder que ha utilizado la fuerza a través de los siglos ha sido siempre masculino y ha carecido de la influencia de quienes, de forma innata, tienen un respeto especial a la vida. Un atardecer, en Pretoria, el presidente Nelson Mandela, al comentar algunos sucesos acaecidos en el barrio Alexandra Township, de Johannesburgo, me decía que la cultura de paz empezaría a ser posible cuando la influencia de la mujer en la toma de decisiones fuera, al menos, del quince al veinte por ciento. Hoy puede calcularse alrededor del nueve por ciento.


Y ahora, mi reflexión. Cuando se habla de cultura de paz quiero entender que se habla de cultura global, de la que desborda la paz, porque se puede ser pacífico en la miseria y en la opulencia. No será lo mismo que una mujer gobierne un país de ricos o que gobierne uno de pobres. En este último caso no puedo por menos de estar de acuerdo con Mandela: esa mujer puede hacer maravillas. Pero dudo mucho que una mujer, por el simple hecho de serlo, vaya a resolver gran cosa positiva mandando en un país de ricos.


Los viejos, por naturaleza, tendemos a mirar al suelo cuando andamos, cosa que nos permite detectar cuándo una baldosa destaca dos milímetros de sus vecinas y nos evita el tropezón y la caída. Pero también nos abre increíbles horizontes informativos. Recientemente me he entretenido en observar el calzado de las mujeres que caminan delante de mí para darme cuenta de que, de repente, y de forma masiva, la suela de sus zapatos, la que desciende del tacón a la planta, es de un nuevo deslumbrante. Y me pregunto: Es que todas estas criaturas antes de ayer iban descalzas?


Seguro que no. Te dirán: “Es que hay que mantener debidamente el fondo de armario, porque si no, de qué van a vivir los fabricantes de calzado, para no hablar de los de los textiles!” Y añadirán, si tienen un mínimo de sensibilidad social: “Y además así ayudamos a los pobres indios, que hay que ver en qué condiciones de penuria trabajan por culpa de esos desaprensivos explotadores”.


El domingo hizo mucho frío y ocurrió un fenómeno extraordinario. Era como si todos los visones de la granja se hubieran escapado y dispersado por el barrio. Nunca había visto cosa semejante antes. Después comprobé que prácticamente todos se habían refugiado en misa.


Al grito enrabietado de “Nosotras parimos, nosotras decidimos” hemos visto mujeres que, azuzadas por otras desde el poder, defendían “su derecho” contra la vida.


Alguien cree que con ejemplares así (nada minoritarios en nuestra sociedad, por cierto) se puede esperar un porvenir digno para todos? Eso, atendiendo al futuro, pero lo sencillo es mirar al pasado más o menos reciente, que ya está escrito con nombres y apellidos, para desconfiar de nuestras compañeras. Habrá que pensar, más bien, que han de darse mujeres buenas y malas gobernantes, lo mismo que hombres. En las sociedades “avanzadas” el hombre y la mujer tienen la misma probabilidad de estar maleados o no.


Para quitar el mal sabor de boca, y eligiendo entre los muchos y buenos poemas que nuestros autores nos brindan, voy a destacar dos excelentes, uno de cada uno y, seguramente, ninguno de ellos pensado para una mujer del primer mundo:


Cuando llegues

al final del recorrido

te llevarás, mujer,

un equipaje inmenso

de amor, de voces,

de llantos y sonrisas,

de lo que has visto

y has sentido,

grabado indeleble

en las alas

del espíritu.

Cuando te vayas,

aunque echada,

te irás de pie

como has vivido.                                                           F. Mayor


Este otro nos presenta a una madre que huye con su niño de la mano, en Afganistán. El diálogo entre ellos es entrañable y emotivo pero dramático. Para mi gusto, es el poema que vale por todo el libro. Me recuerda el delicioso poema de Gerardo Diego “San Baudelio de Berlanga” salvando la diferencia entre un juguete poético e infantil en el que se pierde una cosa, y una situación trágica en que se está perdiendo la vida:



¿Por qué corremos, madre?


Nadie lo sabe, hijo, que es un llanto

el que nos guía, con lápidas de muerte

sembradas a la espalda.


Y, ciega la memoria,

somos nadie.


¿Quién nos persigue, madre?


El mercado global de las mentiras,

que nos compró la vida, antes y ahora,

al precio del olvido.


Cógete fuerte y anda,

se hace tarde.


¿Con quien viajamos, madre?


Vamos a grupas del dolor y el silencio,

nos acompañan el hambre y la desdicha,

olemos a destierro.


Ten cuidado al pisar,

llegó la noche.


¿Qué es nuestra vida, madre?


Un sueño roto, no una telenovela,

pero nos ven de lejos, no huelen nuestro espanto,

imagen de pantalla.


No mires hacia atrás,

no queda nada.


¿A dónde vamos, madre?


Al venero del miedo, desde el miedo.

No hay horizonte que se pueda palpar,

sólo embarrarse.


Descálzate y camina,

cruza aprisa.


¿Y si morimos, madre?


Nadie sabrá ni tu nombre ni el mío,

sólo saldremos allá en las estadísticas

de daños no queridos.


Agárrate a mi mano,

que hace viento.


¿Por qué nosotros no podemos hablar?, dímelo, madre.


Hablar es para otros, nosotros respiramos simplemente,

somos el pueblo, bebemos el cansancio,

nuestro silencio son todos los silencios.


Cúbrete con la manta,

llegó el frío.


Y ¿qué es el pueblo, madre?


El pueblo son los ojos de la espera,

Un derramarse y darse para nada,

El eco de la vida.


No me hagas más preguntas, hijo,

tengo miedo.


¿Cuándo sea mayor seré pueblo, madre?


Serás refugio de besos en destierro de muerte,

Serás aire, primavera, canción, tendrás comida,

oración sin saber de religiones.


Cierra los ojos y duerme,

Cabalga sobre el sueño.                                         M. Novo



Para terminar haré mi última estación en NTD, ese lugar tan señalado por nuestra rapsoda; y lo haré con un dúo que entonan a coro nuestros dos autores (Págs. 50-51):


Pasa el tiempo

y nosotros,

distraídos,

miramos a otra parte

mientras ríen los jerarcas

del mundo conformado.                                                                      F. Mayor



El gobierno del dinero organizado

trepaba en nuestro cuerpo para tenernos distraídos

     bajo el rito diario de comprar y vender,

     y el zumbido amansador de los televisores

     con las vidas de otros desdiciendo las nuestras.

M. Novo

Efectivamente Nos Tienen Distraídos. Tan cierto como que a la poesía le falta el valor (con tanto que presume de tenerlo!) de poner delante de la pared a los culpables para increparlos seriamente y en alto, blandiendo ante sus narices el dedo acusador.


Los jerarcas del mundo y el gobierno del dinero lo único que hacen es tomar la medida de nuestros pies (ni siquiera les preocupa nuestra cabeza) para ver dónde nos aprieta el zapato. Sabido esto, ya están en disposición de echarnos de comer lo que nos gusta: nos lo echan y, nosotros, los culpables, a comer bazofia encantados de la vida.


Quien supera el encantamiento de la vida televisoria, tal vez aspire a la mesa de billar en medio del salón grande, o al yate de 12 metros, o al de veinte …; el de 40 a lo mejor ya resulta imposible pero, siempre queda el recurso de un salto cualitativo. Si soy completamente libre (¿quién me va a impedir serlo?) puedo pasar al de 360 metros de eslora juntándome con otros 6.300 tan de mi tiempo como yo, para hacer cruceros increíbles en los que puedo ejercitarme en cubierta haciendo escalada antes del baile en el gran salón de lujo. Somos muchos, sí, pero siempre podremos gritar sin miedo contra esos indeseables jerarcas del mundo, mientras embarcamos: ¡Agrupémonos todos, en la lucha final!


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