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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Imaginemos un día cualquiera de subasta eléctrica; al final de él nos queda como precio de maniobra, el último, el más caro, el del carbón (si a él se llega). Ése es el precio al que se han de pagar todos los Kwh que se han producido en el día. Cosa a todas luces injusta, porque es posible ponderar el precio del Kwh definitivo teniendo en cuenta los precios parciales de cada etapa de la ruta productora que será, por supuesto, menor que el último, el del carbón, para entendernos.


Cuando yo era niño en san Vicente de la Barquera (este año, si Dios no lo remedia cumpliré los 90), y estaba asomado al balcón de mi casa, no era raro que viera y oyera su sirena alegre, a algún barco que entraba por la Barquera repartiendo contento. Me faltaba tiempo para bajar corriendo al muelle a ver su llegada con la línea de flotación tapada por el agua.

Una vez atracado el barco, allí había ya bastante gente: El carabinero, los curiosos como yo y, otros desconocidos. La tripulación podía hablar en vascuence si el barco era de Ondarroa o de Bermeo; los marineros se organizaban en cubierta y, con otros en tierra en modo cadena humana, se pasaban los bonitos de mano en mano; al final, los grandes peces iban a parar a “La Venta” que había allí cerca, para someterse a la esperada subasta; el barco traía la pareja de botavaras apoyada en la popa y en el techo de la cabina del patrón.


Dependiendo de la costera en curso, allí podían desembarcarse bonitos, palometas, verdeles, bocarte, sardinas y toda una gran variedad de frutos del mar: como se ve, un producto muy diverso. A la espera podían estar los camiones de los Aja (el Dodge o el Chevrolet) que, una vez cargados después de la subasta enfilarían su regreso carretera de Santander arriba.


Ha pasado mucho tiempo y, ahora que vivo en el barrio de la Estrella de Madrid, a dos paradas de autobús del Retiro, resulta que tengo al lado de casa la Galería de Alimentación La Estrella donde se puede comprar cualquier producto necesario para comer: Frutas, hortalizas, patatas, pescado fresco, marisco, carnes… y todo ello despiezado en un innumerable surtido de variedades de cada rúbrica. Cada tendero que atiende a sus clientes como minorista fue un mayorista que acudió antes a las subastas de Mercamadrid. Un sistema de mercado elástico y liberalizado a más no poder, manejando miles de productos diferentes: ajos de Las Pedroñeras, ternera de Ávila o naranjas de Tabernes, de Israel o de África del Sur …


Otra forma de mercado en el que he participado es la del tipo JIT (just in time) conocido en la industria del automóvil como de “Fabricación bajo pedido”. Consiste en que el cliente que acude al Concesionario decide con él, sobre la marcha, el modelo que quiere, con las opciones que le interesan, que podían ser muy concretas y limitadas: limpiaparabrisas trasero, elevalunas manual o eléctrico, color de la carrocería y del tapizado, dos, tres, cuatro o cinco puertas, radio, aire acondicionado, y tal vez unos pocos etcéteras más.


Así determinado el pedido, el concesionario da cuenta de él a la fábrica que, inmediatamente, comunica a los puntos de producción afectados (fundamentalmente cadenas de montaje, chapa, pintura y acabado) las exigencias del pedido. Al día siguiente tiene el cliente su coche en el Concesionario.


En otra época de mi vida he tenido ocasión de aprender algo sobre ese otro producto que se llama Kwh: Kilovatio hora, la energía que supone tener enchufada una carga de mil vatios durante una hora a una tensión de 220 V y 50 Hz (hercios, cps –frecuencia de 50 ciclos por segundo-). Seguramente no hay otro producto más determinado, rígido y, por tanto, capaz de someterse a regulación, que él. Hasta el coseno de fi está regulado para clientes que se conectan a la red a 1000 o más voltios. Los vecinos de una comunidad de cuatro pisos o más reciben la tensión a 380 V para los ascensores y a 220 V para alumbrado y otros usos domésticos.



Mi memoria enfatiza el hecho de la rigidez en que se tiene que mover el sistema eléctrico. A mediados de los cincuenta del siglo pasado me admiraba ver la construcción en la fábrica de English Electric donde trabajaba,  los grandes alternadores con rotores de varios pares de polos salientes para ser instalados en centrales hidráulicas de turbinas lentas, o los rápidos turboalternadores de bobinas hechas con tubos de cobre de sección cuadrada para refrigeración por hidrógeno. Los rotores de éstos tenían una particularidad: se sometían a una prueba muy seria de sobrevelocidad dentro de un búnker de hormigón, para asegurar que las cabezas de sus bobinas (encajadas éstas en sus ranuras correspondientes que dejaban lisa la superficie alargada y cilíndrica) no se centrifugaban con el tremendo daño que ello supondría. Su velocidad de rotación nominal era 3000 rpm = 50 Hz x 60 minutos de una hora / 1 (un par de polos). Eran los más grandes de entonces (250 MVA; hoy los dos alternadores de la central nuclear de Almaraz son de más de 1Gw cada uno).


Con estos antecedentes me resulta muy difícil entender lo de la subasta de Kilovatios hora y, mejor que no venga a explicármelo algún economista de la Electricidad o algún abogado conformador de leyes porque me pasará, siendo más ignorante que Julián Marías, lo que le pasaba a él: Lo entenderé menos aún después de oír contar los problemas que tienen con los Price Spikes, los Voll (value of lost load), el costo marginal y las curvas de oferta y demanda en la frontera de los estados de California y Oregón que maneja la electricidad a 60 Hz.


Como se ve, yo no estoy en condiciones de enseñar nada a los ingenieros de Iberdrola, mi empresa distribuidora; ellos sabrán lo que tienen que hacer para mejorar las noticias que repiten todos los días los diferentes medios de comunicación: “La electricidad sigue sin control y hoy alcanza otro récord histórico” (escribo esto a primeros de 2022, copiando de un periódico nacional).


Haré una excepción. En 2014, siendo yo presidente de mi comunidad de vecinos, por exigencias legales, Iberdrola nos obligó a revisar la instalación eléctrica del condominio. Necesitaba que Iberdrola me confirmara que su acometida al bloque era aérea. En contacto con ellos, se mostraron firmes en asegurar, indubitablemente, que su acometida desde el transformador situado en la calle de al lado, era subterránea. Entre mi insistencia y su terquedad, los invité a que nos visitaran. Vinieron, les enseñé lo que convenía que vieran y se quedaron admirados y sorprendidos de lo que estaban aprendiendo: La acometida consistía (y así perdura, no sé por cuanto tiempo) en un cable aéreo de 380 V tendido desde la azotea del bloque de al lado, que terminaba en la nuestra. Como he dicho antes, yo no vivo en un sitio raro o periférico: estoy a cuatro pasos del Retiro.


Tengo el convencimiento de que el sistema eléctrico es lo más JIT que pueda darse. Cuando yo me afeito con mi maquinilla eléctrica cada mañana, los alternadores que alimentan la REE (Red Eléctrica de España) y están activos, o funcionan en vacío, o a plena carga o están conectados a distintos niveles de carga; pero siempre girando a la velocidad fija que exige la producción a la frecuencia de 50 Hz.


Cuando la REE se entera de que me voy a afeitar, inmediatamente hace que la válvula que controla el caudal de gas, de vapor o de agua que alimenta a la correspondiente turbina, se abra un pelín para que su alternador, sin alterar su velocidad de giro, genere la potencia que necesito durante el rato que tardo en afeitarme. No sé lo que pasa con los alternadores que producen energía aerólica (perdón por mi neologismo). También ignoro si alguien sabe en cual de los muchísimos alternadores que funcionan en España en ese momento, se ha producido la maniobra. El hecho es que yo me quedo rapado de barba.