Pero no sólo pasa esto en relación con terceros. La locura nos presenta a su hermano, el Amor Propio que


procura plena satisfacción haciendo que todo el mundo esté contento con su fisonomía, su ingenio, su nacimiento, su estirpe, su educación y su patria. Así es que el irlandés no quiere cambiarse por el italiano, ni el tracio por el ateniense, ni el escita por el habitante de las Islas Afortunadas. ¡Admirable previsión de la Naturaleza, que, entre tanta diversidad de cosas, ha sabido establecer una perfecta igualdad! Si niega a algunos ciertos dones, le concede en cambio un grano más de amor propio que los encierra a todos.


     Total, lo de Cupido aplicado a que “ningún giboso se ve su giba”.


En suma, sin mí no hay sociedad posible, ni relaciones duraderas y agradables en la vida; sin mí, el súbdito se cansaría muy pronto de su príncipe, la criada de su dueña, el discípulo de su maestro, el amigo de su amigo, el marido de su esposa, el huésped de su anfitrión. Es, pues, necesario que todos estos se engañen, se adulen y usen de las complacencias, que se unten recíprocamente con  la miel de la locura.


     Va más allá la Locura para mostrarnos su participación en prácticamente todos los escenarios de la vida humana, la guerra en particular. Más adelante trata de los locos por el juego (ludópatas), pero ahora se enfrenta a los locos por la guerra (podíamos llamarlos maquiópatas) que como aquellos están siempre convencidos de que son ellos los que van a ganar:


Deseo probar que no hay acción brillante que yo no inspire, ni artes o ciencias que yo no haya inventado. ¿No es la guerra el teatro de los actos más ensalzados y el campo donde crecen los laureles? Y sin embargo, ¿Hay locura mayor que comprometerse en una lucha muchas veces sin saber por qué, aunque entendiendo que ambos bandos han de perder más de lo que ganen?


     Y, qué nos dice de la política? Llegados a la campaña electoral, todo el mundo es el futuro (parece que este tiempo verbal complace mucho): Los viejos, cada vez más numerosos, constituyen el futuro de los políticos porque sus votos les garantizan poltronas. Los jóvenes sí tienen futuro en sus manos: el truco está en succionárselo en beneficio del futuro de los políticos.


     Unos a otros se engañan: Tú vótame que yo te daré … Yo te voto a sabiendas de que me estás mintiendo, pero te voto por lo que me pueda caer …


     Todos se ponen muy dignos para anunciar garantía en la separación de poderes en general, y de la independencia de la justicia en particular, porque todo ello emana del pueblo. Claro, del pueblo que vota, pero todos sabemos, porque así lo han acordado los políticos, que la ruta es la siguiente: el pueblo vota, de ahí salen las cámaras Legislativas, de éstas el Ejecutivo, y de los dos, el poder Judicial. Al final, el que gane tiene en su mano a los tres poderes.


     En democracia ya no se lleva el monumento al político en activo. Sería excesivo para las tragaderas del pueblo. Pero siempre se puede inmortalizar a algún personaje pretérito afín; o a cierto acontecimiento pasado que “venda mucho”.


     Sin embargo, el monumento político por excelencia es la obra pública: A la vista de las elecciones, los políticos en el poder, no cesan de inaugurar obras públicas de largo plazo o de incomodar (excusándose cortésmente por ello) a los vecinos, contribuyentes o votantes en general. Se trata de que a nadie se le pase inadvertido que ellos están ahí, y que si les votan seguirán trabajando incasablemente en su beneficio. Lo que no queda claro es si ese adjetivo posesivo se refiere al votante o al político. Piensa éste que maldita la falta que hace aclararlo.


     Según la leyenda, parece que a Demócrito se le tenía por loco porque se reía de todo, hasta el punto de tenerlo que mandar a Hipócrates para que lo curara. Éste diagnosticó que no es que estuviera loco, sino que tenía una gran disposición para ser feliz. Por eso hay quien le llama el filósofo de la risa. Grata noticia para quien pensara que sólo era un atomista.


     Santayana, en uno de sus Diálogos en el Limbo donde interviene Demócrito dice: “Renunciar de pronto a toda locura es perder de vista la verdad acerca de la locura, junto con todo el cómico tumulto de este mundo, que es maravillosamente fértil en comedia”. Se trataba, naturalmente, de la “locura normal” del sabio griego.



¿Qué hay de más loco que adular cobardemente al pueblo para obtener sus votos, comprar sus favores con prodigalidad, complacerse con sus aplausos, o darse triunfalmente en espectáculo como un ídolo o hacerse erigir una estatua de bronce en el Foro? Los nombres, los sobrenombres, los honores divinos otorgados a personas que apenas merecen el calificativo de hombres, ¿no son una locura tan desaforada que no basta el irónico Demócrito para mofarse de ella?


     La Locura también demuestra que ella misma rige todo el progreso humano. Ya sabemos que muchos de los adelantos que disfrutamos hoy se gestaron y desarrollaron en la locura de las guerras. Veamos dos ejemplos sencillos.


     La experiencia de la Guerra de la Independencia Americana, llevó a Whitney, 15 años después de terminada, a idear la intercambiabilidad de piezas en los conjuntos que forman, lo cual fue de gran utilidad para fabricar los mosquetones que se usaron 60 años más tarde en la Guerra de Secesión.


     Algo parecido ocurrió con Shewhart (1920) una vez terminada la 1ª Guerra Mundial. Su famoso Control Estadístico del Proceso sirvió para hacer frente durante la 2ª Guerra Mundial a la masiva producción de equipos bélicos.


     Sin todo ello, la producción actual de automóviles sería impensable. De donde se sigue que el atractivo que nos producen los atascos, el poder ir a 300 km/h y la ocasión de acudir a una cita en la Puerta del Sol en nuestro mastodóntico todoterreno, se lo debemos a locuras guerreras. Pero escuchemos a la Locura:


Y ahora unas palabras acerca de las artes y las ciencias. ¿Queréis decirme quien espolea el ingenio de los hombres para que busquen y transmitan a la posteridad tantos descubrimientos maravillosos, si ha de creerse a sus autores? ¿No es el deseo de gloria? Si los escuchamos, sus esfuerzos y sus trabajos están muy bien pagados con no sé qué renombre, que es la cosa más quimérica que hay sobre la tierra. No olvidéis que todo lo atractivo de la vida se lo debéis a la Locura, y que de ésta os llega el placer por excelencia, el placer de saborear la locura de los demás.


     Y, ¿Qué pensar cuando nos adentramos en la esfera de los negocios? ¿No estamos convencidos de que hay que estar verdaderamente loco para emprender, para arriesgar el dinero, los bienes, la comodidad, el tiempo y tantas cosas más en una empresa cuyo resultado es incierto?


     ¿Con cuántas dificultades no hay que enfrentarse?: Las leyes, la confianza de socios y proveedores, las exigencias de colaboradores y clientes, las de la sociedad, las tretas de la competencia, etc. etc.


     Y encima, si triunfas, la envidia de los que no fueron capaces de arriesgar, el encono de quienes se benefician de tu éxito pero piensan que a ellos es debido.  Si fracasas, en cambio, siempre habrá un coro gritando: Ya lo decía yo!


     Erasmo fue un hombre de negocios intelectuales y un globalizador en su tiempo: Holanda, Italia, Inglaterra … Pero nunca pudo imaginar a dónde llegaría la Globalización. Cuando hace más de 10 años yo escribía esto, la Globalización era sólo un término literario. Pero hoy, el emprendedor que quiera evitar no comerse una rosca, no tiene otra alternativa que apostar por comerse el mundo. Y para ello tendrá que hacer su equipaje llenando de locura sus maletas, y marcharse a China.


     

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