ERASMO: Elogio de la locura

¡CUIDADO CON LA FRONTERA!


ANTECEDENTES


     En cierta ocasión me pidió una Asociación de padres de hijos con minusvalía síquica una colaboración para la revista que tenían pensado publicar; la querían para antes de su nº 0. Acepté con una condición: yo tendría que conocer antes el número de lanzamiento para ver la orientación que habría de dar a mi aportación.


     Entretanto, sin embargo, puse a trabajar mi maquinaria, ideé el asunto, pensé en los posibles autores que me inspirarían, en su obra, y hasta el título llegué a escribir: fue el que aparece arriba. Los autores y obras serían: Freud (Sicopatología de la vida cotidiana), Cervantes (D. Quijote) y Erasmo (Elogio de la locura).


     El asunto habría de referirse a la frontera que hay entre locura y normalidad, una frontera sutil a veces y a veces tosca, cambiante, impredecible, de ancho espectro en el que lo cuerdo y lo loco conviven, se conllevan y luchan.


     Como doy a entender, lo puse todo a remojo y esperé. Para mi sorpresa pude comprobar que en aquel primer número aparecieron sendos artículos de dos médicos con planteamientos muy semejantes al que yo me había propuesto. Sin embargo pensé que mi trabajo podía suponer una aportación particular y con tal creencia escribí lo que sigue. De todas maneras, nunca se publicó. La revista no pasó de su nº 0 y no sé si la Asociación que había detrás fue mucho más lejos. Han pasado los años y, con ligeros retoques y actualizaciones me dispongo a colgar su contenido en mi sitio Web.


     En cierta ocasión leí el trabajo en nuestra tertulia habitual y vi que uno de mis amigos se interesó especialmente por él. Será erasmista?, me dije. Será Alfonso de Valdés resucitado? Lo busqué en la nómina de los heterodoxos españoles de M. Pelayo y, naturalmente, no lo encontré.


     Se trataba de algo distinto, mucho más humano y más entrañable. Mi amigo me confió la intimidad de su biografía y nunca le agradeceré bastante su confianza. Si refiero ahora el hecho es por el elogio que merece todo el asunto.  Mi amigo había tenido una vida intensa, de mucho trabajo, muchos hijos, éxito profesional y felicidad familiar. Pero fue muy probado por el destino: se le murió un hijo y más tarde enviudó. Una sobrina de su mujer se acercó a la familia rota y con singular generosidad ayudó a sacar adelante la prole. Al final se planteó un nuevo matrimonio (ella, 20 años más joven y con una prometedora carrera). Él no salía de su perplejidad: esto es una locura! Se casaron y hoy tienen tres hijos.


     Mi amigo no lo sabía pero, efectivamente, había dado a Erasmo sin que éste tampoco lo supiera, el título a su obra maestra: El Elogio de la locura. Sigue leyendo, amable lector y compruébalo por ti mismo.


LA FRONTERA EN ERASMO


     Erasmo escribió el Elogio de la locura en 1508 a lo largo, tan solo, de una semana. Nos sorprende hoy, con la perspectiva del tiempo, la calidad humana e intelectual de aquellos hombres del Renacimiento. No debía resultar nada cómodo moverse entonces por Europa y, sin embargo, Erasmo (que era holandés como sabemos), se traslada de Italia a Inglaterra sólo para encontrarse con su amigo Tomás Moro. Llegado allí se siente aquejado por un fuerte dolor de riñones que le mantiene postrado. Dice que en esas condiciones no se encontraba de humor para escribir nada serio, dado que, además, no le habían llegado aún los libros suyos que debían acompañarle. Es el caso que se puso a escribir algo con la Locura como protagonista en primera persona, a modo de pasatiempo, y sin intención de publicarlo.


     Erasmo era un hombre muy culto, escritor de palabra clara y elegante y con un enorme sentido del humor. Aún conservo intacto el recuerdo (y han pasado más de 50 años) de cómo era su habitación cuando él residía en el King´s College de Cambridge. Mi amigo Federico Gª Moliner me distinguió con tal favor cuando fue mi anfitrión en la visita que le hice a la famosa ciudad universitaria donde a la sazón residía. Este amigo, físico investigador del estado sólido en el Laboratorio Cavendish, y más tarde Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica, me enseñó también a no tropezarme con algún Premio Nóbel de los muchos que en su Laboratorio había: Para qué toparse con premios Nóbel cuando abundaban los Professors del Centro que eran de mayor consideración! …


     Digresiones aparte, aquella habitación erasmiana tenía mucha madera y mucha austeridad. No sé por qué la asocio a la cátedra de Fray Luís de León en Salamanca: Su coetáneo, hermano de orden y compañero de fatigas inquisitoriales.


     El Elogio de la locura apareció con notable éxito en versión apócrifa y contra la voluntad de su autor. Es curioso ver cómo ese éxito entre la gente inquieta de la época estuvo acompañado del disgusto de “la oficialidad”, los teólogos especialmente.


     Hay que decir que Erasmo fue un ferviente católico, pero al mismo tiempo, un católico atípico para su tiempo: Era fundamentalmente un hombre tolerante, hasta el extremo de no aceptar la presión oficial que le empujaba a arremeter contra su otro colega de orden, Lutero. Al final lo hizo, pero por propia voluntad, y como no podía ser de otra forma, con un debate sobre el libre albedrío.

     

     Dice Erasmo que la inspiración del Elogio de la locura le vino de la antigua amistad, el deseo de reencuentro, y la proximidad de éste, ligado a su entrañable amigo el inglés Tomás Moro: La homofonía de su apellido con el término griego (moría, locura).


     Comienza, pues, la Locura ante quien quiera escucharla, y a poco de empezar dice:



¿Conocéis nada mejor y más precioso que la vida? Vamos a ver: ¿Quién contribuye más que yo a propagar este beneficio? Los estoicos se creen casi dioses; pues bien, dadme uno de esos filósofos; yo quizá no le haré cortar la barba, ese símbolo de sabiduría, pero de seguro desarrugaré su sombría frente, le haré abdicar de sus inmutables dogmas y él cometerá mil extravagancias y simplezas. En fin, el filósofo tendrá que llamarme en su socorro apenas desee ser padre.

     

     Algo parecido se nos ha pasado a todos por la cabeza cuando, por ejemplo, viajando en el Metro se nos ocurre reflexionar sobre los hombres y mujeres que nos rodean, todos tan serios y formalitos, tan conspicuos, y pensamos en las locuras que a buen seguro han de poner en práctica para engendrar o simplemente para pasar bien su intimidad.


     Pero claro, concedemos que debe de tratarse de “locuras normales” puesto que engendrar debe ser una cosa normal. Tan normal como que nuestros vecinos del tercero tengan cuatro hijos, aunque añadamos nosotros que para eso hay que estar locos, dados los tiempos que corren. A todo esto ya se adelantó Erasmo, pues la Locura sigue diciendo:


¿Por qué no hablamos crudamente, según mi costumbre? Decidme: ¿Es la cabeza, el rostro, el pecho, la mano, la oreja o cualquier otra parte del cuerpo, de las llamadas honestas la que posee la virtud de reproducir a los hombres? Si no me engaño, me parece que no, sino más bien otra parte tan loca, tan ridícula, que no se puede nombrar sin reírse: He aquí el sagrado manantial de donde procede la vida. Aquí, entre nosotros, ¿Quién sometería su vida al yugo del matrimonio si hubiera sopesado maduramente, como deberían hacerlo los sabios, los inconvenientes de ese estado? ¿Qué mujer acogería a su marido si los dolores del parto y los cuidados propios de la educación le fueran conocidos o solamente si reflexionara un poco acerca de ellos? Por lo mismo, si debéis vuestra vida al matrimonio debéis el matrimonio al Aturdimiento, mi compañero, y sacad la consecuencia de lo que sois deudores. La mujer que ha sufrido una primera prueba, ¿se expondría a la segunda si nuestra buena amiga la diosa del Olvido no interviniera en el asunto? La propia Venus, diga lo que diga Lucrecio, no tendría fuerza ni poder sin mi ayuda.


     Lo curioso es que cuando los adultos nos ponemos serio-normales olvidamos la locura que subyace en el origen de nuestra normalidad, e incluso la menospreciamos con vergüenza hipócrita.


De este ridículo juego, cuya paternidad reclamo, provienen los filósofos llenos de orgullo y sus sucesores, vulgarmente llamados monjes; de este mismo origen vienen también las majestades reales, los sagrados sacerdotes, los pontífices tres veces santos y además esa turba de semidioses, tan numerosa, que el Olimpo, con ser tan grande, apenas puede contenerlos.



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