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Pgs. 1    2    3    

Para quitar dramatismo voy a señalar una errata de imprenta que aparece en la pág. 131 y otras:

Los Berlier son camiones de fabricación francesa …

Efectivamente, pero no son Berlier, sino Berliet. Berliet es la marca de camiones que había dado origen, en mis tiempos, a la de Renault Véhicules Industriels que a su vez, establecida en Villaverde, Madrid, como Renault Vehículos Industriales, fue la sucesora de la famosa Barreiros; en esa empresa trabajé hasta mi jubilación.

Por razones de trabajo tuve que acudir con frecuencia a Vénisieux donde se montaban los camiones, o a Saint Priest donde se fabricaban los ejes motrices; ambos sitios próximos a Lyon. Recuerdo que en una visita a Saint Priest, en la proximidad de una Navidad, tuve ocasión de brindar con mis colegas franceses con lo que para ellos era el famoso aceite Berliet. Era éste un licor especial al que habían bautizado con el nombre que el Sr Berliet había introducido en su tiempo como el primer aceite de engrase de motores y otros órganos de los que se manejan en la industria de automoción.

Acabado que hubo el lector de apurar el cóctel del libro, se quedó con el corazón en un puño: la historia de África resultaba bastante negra y su porvenir no prometía menos negrura. A ver si la geografía, que permanece, ayuda algo. En vista de todo ello, y tomando el libro como fuente, yo voy a componer por mi cuenta mi propio cóctel.

/ Colonialismo

/ Independencia: ésta lo iba a arreglar todo.

/ Primer país descolonizado, Sudán: consecuencia larvada, la guerra entre su Norte y su Sur. Simplificando, Norte rico y árabe, Sur pobre y negro.

/ Segundo país descolonizado: Costa de Oro (¿se imaginan el origen del nombre?)  Ghana: Osagyefo Dr. Kwame Nkrumah (“el redentor” Nkrumah); pura democracia virando al militarismo; revueltas y vuelta a empezar; hoy, con petróleo off shore, país exportador.

/ Países con alguna riqueza: los corruptos y golfos locales, a por ella! De forma democrática, claro, y evocando la libertad de comercio, de empresa y la globalización. Es el caso de Sudán del Norte: su riqueza, el Nilo; su táctica, desposeer a los pequeños propietarios de las riberas para convertir éstas en grandes monocultivos (algodón, por ejemplo) dedicados a la exportación a los primermundistas tan necesitados de camisetas. Con los ingresos, importación de armas que los primermundistas suministran con largueza a fin de que el gobierno pueda militarizarse debidamente y así consolidar su situación. Naturalmente, de la riqueza no se enteran ni los desposeídos ni el resto de la población que no llega a acceder a las filas del ejército o de la policía.

/ Cuando la riqueza es el nuevo petróleo, pasa tres cuartos de lo mismo. ¿Ustedes creen que algún gobierno se interesa por retener el petróleo necesario para generar la electricidad que pueda iluminar un pueblo al borde de un río (pág. 279) y dotarlo de agua potable y saneamiento? No! Hay que estar subido al carro de la globalización, y exportar para obtener unos dólares que ya veremos en qué se gastan. Desde luego, no en dotar de agua al pueblo, porque eso sería tan tonto como rascarse la oreja derecha con la mano derecha pero dando la vuelta a la cabeza.

/ Si la riqueza escasea, tampoco hay que desaprovecharla. Entonces, como los gobiernos militarizados no son ya tan poderosos, se tienen que enfrentar a la oposición “democrática” de los “señores de la guerra”. Todos a por la magra riqueza. La fuerza de esos “señores” consiste en efectivos integrados por desarrapados (incluyendo a niños) que reciben un arma como salario; con ella han de acudir a las necesidades del señor y, en sus ratos libres, a quitarse el hambre propia. Porque quien tiene un arma se asegura la comida aunque sea tan menguada como la que contiene la palangana de una pobre mujer a la que pueden robar con facilidad.

/ En definitiva, que la globalización sería estupenda si no fuera lo que dice el diccionario: Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales.

Ya se ve que la globalización no atiende al bien común, sino al bien de los mercados y de las empresas. ¿Quién ha de velar, pues, por el bien común? Porque eso de proclamar, como suele hacerse, que ese bien común será satisfecho, como consecuencia, por el bien de los mercados y de las empresas es pura retórica, y si no, que se lo pregunten a los del pueblo ese de la Pág. 279. Está claro que sólo el Gobierno debe ser el velador del bien común de sus gobernados, y para eso hace falta que no esté mediatizado (no digo ya, corrompido) por los mercados o por las empresas.

Para que un gobierno no esté mediatizado por los mercados (de deuda, por ejemplo) bastará con que no se haya endeudado más allá de lo que pueda reembolsar según los ingresos que espera de una economía estabilizada y no de un crecimiento perpetuo. La deuda creciente que cabalga sobre un crecimiento incesante conduce a la bancarrota, porque el crecimiento sin fin no se puede mantener.

/ Sin embargo, la realidad es otra: los mercados y las empresas (para entendernos, los primermundistas) no cejarán en su empeño globalizador hasta haber descremado las economías de las BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) primero y después, las CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía, Sudáfrica). Y después, las que surjan, claro. Obsérvese que Sudáfrica está a caballo entre ambos grupos.

Así que, países de África, pónganse a la cola! Y aguarden su turno al crecimiento sin fin … y a la bancarrota.

En esa ya estamos!, comentó un negro que pasaba por allí.


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