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TÍTULO: Ébano

AUTOR: Ryszard Kapuscinski (1932-2007). Periodista polaco que trabajó para Time, The New York Times, el diario mexicano La Jornada y el Frankfurter Allgemeine. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2.003.

Editorial Anagrama, 10ª edición 2.003.

340 págs.


Al comenzar a leer el libro pensé, no sé por qué, que me enfrentaba a una novela. En cuanto empezaron los primeros fundidos en negro (ustedes disimulen el toque africano) sin dejar resuelta la enfermedad de malaria del autor, ya quedó claro que se trataba de un libro de relatos inconexos en los que el autor era, además, el protagonista (29 narraciones exactamente).

Por cierto, el Dr. Patel, de origen indio, fue quien atendió en el hospital a nuestro autor. Se llamaba igual que mi compañero de patrona en Stafford, en casa de la Sra. Hagan: éste era de familia de diplomáticos indios en Londres, y de nombre Suresh Patel Surabaya. Lo recuerdo bien; un muchacho muy majo!

Lo de que los relatos sean inconexos es un decir porque todos ellos tienen en común la cosa más importante: un autor compadecido, no tanto de, cómo con, los habitantes de ese inmenso continente que es África.

Yo afirmaría que con todos los millones de ellos porque estuvo al lado de Joe Yambo, Kofi Baako, Kwesi Amu, Edu, Abdullahi, Nizi Onyebuchi, Suleiman, Salim, Abdalla Wallo y centenares de otros más que no nombra.

Al lector le recomiendo que, para ponerse en situación si es verano, apague el aire acondicionado y se arme, como mucho, de un abanico. Verá entonces qué bien se compenetra con la lectura y con nuestro autor que al ser polaco padecería más que nadie las calores del mediodía africano; ese mediodía que dura allí desde el principio de la  mañana hasta bien entrada la tarde. Cuando hablo de las calores estoy pensando en los andaluces que tienen esto muy bien estudiado. De modo creciente en intensidad, para ellos hay: el calor, la calor, los calores y las calores.

El libro es de primera necesidad para cualquier lector que quiera tener pistas para interpretar el presente y el pasado reciente de África. Y más aún: para adivinar lo que se puede esperar del resto del mundo, tanto sobre África, como sobre el mundo completo, África incluida.

Cuando yo estudiaba Bachillerato nunca tuve claro por qué la Geografía y la Historia eran la misma asignatura y tenían por tanto el mismo profesor. Después supe que había geografía física, geografía humana, geografía política, etc. Pero hasta que he leído este libro no me he dado cuenta de por qué la Geografía y la Historia son indisolubles. O al menos lo eran antes y, desde luego, así era en lo tocante a África. No creo que en el futuro se pueda decir lo mismo de paraísos geográficos artificiales como el de la ciudad de Dubai: tan artificial como el que producen las drogas en la gente.

África nos ha tenido acostumbrados a guerras de todo tipo: coloniales, tribales, civiles, internacionales, de predominio universal, etc. El autor no nos las cuenta todas, naturalmente. Sólo las que resultan paradigmáticas para entender un poco a la humanidad. No quiero pensar que las que silencia, alguna de las cuales quiero recordar ahora, tengan que ver con el hecho de que nuestro autor trabajaba para periódicos americanos.

Por ejemplo, en el capítulo  “CONFERENCIA SOBRE RUANDA” (pág. 177) nos aclara que Ruanda es un país singular en África: es pequeño, densamente poblado, muy montañoso, cerrado en sí -no conoció el tráfico de esclavos- y sólo alberga tres castas: tutsis, propietarios de rebaños de cebúes (14 % de la población, la casta dominante, la aristocracia); hutus, agricultores, clientes, vasallos de los señores tutsi (85 %); twa, jornaleros y criados (1 %).

Durante años a los europeos nos han contado matanzas increíbles de hutus por tugsis y viceversa sin entender nada de lo que allí pasaba. Durante siglos en Ruanda han dominado los tutsi. En tiempos más recientes fueron colonizados sucesivamente y sin ellos saberlo, por alemanes y belgas que se inhibieron de la colonia al no encontrar en ella materias primas de interés.

Entre tutsis y hutus dominaban unas relaciones feudales. Los hutus entregaban al señor parte de su cosecha a cambio de protección y de una vaca que mantenían en usufructo.

El conflicto que desde Caín y Abel ronda a la humanidad, se agudiza en Ruanda en el siglo XX. En otros países africanos, las grandes extensiones diluyen el problema, pero en Ruanda, la estrechez del lugar no da para tanto crecimiento de vacas (de los poderosos) y de gente (de la gleba). El crecimiento, una vez más, motivo de discordia.

Para entonces los belgas reaccionan, ya en los albores del independentismo africano: naturalmente se venían apoyando en los tutsis dominantes (quien domina al dominante lo domina todo), pero en los años 50 lo que dejan claro los tutsis es que no quieren ser dominados: quieren ser independientes, ya!

Entonces van los belgas, se ponen del lado de los sumisos hutus y los azuzan contra los tucsis. Vamos, una especie de revolución rusa. A partir de ahí, toda la sangre que se quiera con secuelas de venganzas de castas, exterminios, represalias, viceversas y vuelta a empezar.

Hay una guerra que yo hecho mucho de menos, por lo significativa que es: La famosa guerra de Biafra de mediados del siglo pasado. Nunca más se ha vuelto a hablar de ella. Todo el mundo recordará a los niños de allí que morían a millares, de hambre, desnutrición y deformaciones. Tal era así que aquello fue el motivo de la creación de la ONG “Médicos sin fronteras” tan conocida hoy todavía.

Como la nomenclatura de los países africanos se ha modificado tanto desde que yo la estudié, llegué a pensar que Biafra sería algún país que, sin haber desaparecido, hubiera cambiado de nombre. Piensen en el antiguo Alto Volta que se llama Burkina Faso sólo desde 1984 (Burkina Faso significa “el país de los hombres íntegros”; ya veremos). Pero resulta que no. De Biafra sólo se sabía entonces que era la provincia sudoriental de Nigeria que quería independizarse. A una cuestión así siempre acuden generosas las potencias extranjeras en ayuda de alguien: naturalmente, de quien más convenga. Unas veces de los secesionistas y a continuación, si hace falta, del país unionista (se repite la historia de Ruanda).

Lo que sabemos hoy, en cambio, es que Biafra, aquel gran titular de los periódicos de entonces, está silenciada porque ha quedado para siempre y de forma estable en el territorio de Nigeria y es, simplemente, el lugar donde el río Níger se derrama en el Golfo de Guinea por medio de su inmenso delta.

También sabemos ahora que con 606 campos de petróleo, el delta del Níger suministra el 40% de las importaciones de crudo de Estados Unidos y es lo más granado de la contaminación mundial por hidrocarburos. Las compañías petroleras echan la culpa de ésta a los ladrones, y tal vez tengan algo de razón, porque en Nigeria abundan mucho (ver en la pág. 119 de nuestro libro Mi callejón 1967). Y es que estos ladrones son unos descuidados que pinchan las tuberías para robar petróleo, gasolina, o lo que sea, se marchan sin taponarlas y ponen el delta perdido.


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