La venganza de Don Mendo

De Pedro Muñoz Seca

(versión TRICICLE)


Es una lástima que yo no pueda alardear de saberme de memoria la venganza de Don Mendo, como algunos de mis amigos, pero sí puedo presumir de lo mucho que la admiro después de haberla leído y visto, tanto en teatro como en cine, infinidad de veces.

La variedad de sus versiones y ejecuciones se explica por la calidad de una obra inmune al  paso del tiempo ya que tiene en sí, a la vez, la capacidad de adaptación y la conservación de su esencia. Es ésta la gracia de su expresión, la verosimilitud de sus personajes y sus situaciones, la belleza de su estilo y su inteligente planteamiento. Y todo ello insertado en un conglomerado de versificación feliz y de eficaz gestuosidad (palabras estas últimas que dudo si no salieron de la boca de Don David, el buen Abad, que la memoria ya me flaquea).

La capacidad de adaptación es lo que me atraía de esta versión de setiembre de 2010 dirigida por Tricicle. Ese Tricicle que, a mi vez, tanto admiro. Ver cómo se las compondría este colectivo tan silente para enfrentarse a una obra tan verbal, es lo que me llevó a sentarme en una butaca del teatro Alcázar, gentilmente invitado por mi hija con ocasión de mi cumpleaños. También fue gentil invitando al resto de la familia, sus hijos de 13 y 16 años, incluidos.

La solución Tricicle fue la que cabía esperar: Como su oficio es el de callar y gesticular, entraron a saco en la obra y la gesticularon graciosamente: que si coger por el tobillo la pierna de un fiambre tendido en el suelo para tomarle el pulso, que si liarse aquel otro con la escalera de cuerda … siempre al límite de la sobreactuación. Que es lo que ocurre con frecuencia a lo largo de la representación, pero muy especialmente en las sucesivas escenas de la Mora de la Morería.

Y luego, un defecto fundamental: Don Mendo, ya sea el Marqués de Cabra o el Renato divino, ha de ser el tipo desgarbado, desangelado, sin donaire y desmañado que tan bien encarnaba Fernando Fernán Gómez y tan graciosamente dibujó Herreros. No basta con que sea rubio mazorco, que ayuda. Ya decía Freud en su estudio del chiste que la eficacia de éste radica en la sorpresa del contraste. Un Don Mendo con esas cualidades escénicas, es el imprescindible para que él mismo pueda decir, muy serio y en un aparte, tras el acoso de la casquivana reina Dª Berenguela, de su secuaz catalana  Marquesa de Tarrasa, de Magdalena la trepa y antojadiza bella y de la histérica morita Azofaifa, aquello tan chusco de     

Estaba por darla un lapo...

Todas por mí como un trapo,

y con igual pretensión...

¡Ay, infeliz del varón

que nace cual yo tan guapo!

Lo de la sobreactuación es cosa que merece capítulo aparte, pues es parte fundamental de lo que se lleva ahora. Cerca de mi casa han construido y puesto en funcionamiento recientemente la Escuela Superior de Arte Dramático en la que no sé qué enseñan. Porque si enseñaran o enseñasen colocación de la voz, entonación, vocalización, recitación, modulación, tonalidad … una de tres:

*Los actores de la compañía que ha manejado Tricicle no han pasado por ella.

*O sí, pero son una panda de repetidores.

*O sí, y han sido muy aplicados pero se les ha dicho que una vez en el escenario no hagan caso de todas esas monsergas, que lo que importa hoy es la imagen: esa que vale más que mil palabras.

Me inclino por esta última hipótesis, porque el público se reía con los gags escénicos hasta más no poder. Salta a la vista que el público ya ha aprendido la lección de McLuhan; copio literalmente lo que se puede leer en Wikipedia sobre su pensamiento:

Habitualmente no notamos que existe interacción entre los medios y, dado que su efecto sobre nosotros, en tanto audiencia, suele ser poderoso, el contenido de cualquier mensaje resulta menos importante que el medio en sí mismo.

     Es decir, de tanto ver anuncios en TV que ni entendemos ni falta que nos hace; que ni podemos leer lo que se ha escrito para ellos, ni nos importa, ya que lo escrito u oído no tiene nada que ver con la verdad del producto, nos quedamos con unas imágenes que se mueven muy deprisa vistas en la televisión: eso es lo que importa; que lo hemos visto (no sabemos bien qué) en la televisión.


     Dos días antes de la representación mendana había asistido yo en el Instituto de la Ingeniería de España a una jornada titulada “Blogs y Redes Sociales en Internet, Qué, Cómo y Cuándo”.


     Lo primero que hizo el primer ponente fue pasar un vídeo en inglés de esos ágiles, de imágenes movedizas, letreros con texto huidizo y música enfática. Según dijo, la intención era, por medio del tal vídeo, resumir la jornada, aclarar conceptos e informar de los contenidos. A continuación pidió a los asistentes que, sucesivamente, levantaran el brazo para indicar en que distintas Redes Sociales estaban registrados; la respuesta brazoalzada fue poco menos que masiva.


     Uno que ya no tiene los reflejos de antes, se fue a casa dando vueltas al tema. Y echó de menos su falta de ocurrencia para pedir, en el coloquio final, que levantaran el brazo los asistentes que habían sido capaces de leer, completos, los abundantes y seguramente sustanciosos textos del vídeo. El resultado habría sido desalentador. O tal vez no, porque, al fin y al cabo, “el mensaje resulta menos importante que el medio en sí mismo” (Mcluhan). Lo importante no era entender el vídeo, sino haberlo puesto!

     

     Volviendo a la sobreactuación tendré que decir que ya Don Pedro (no Don Pero el yerno de Don Nuño, sino el creador de ambas criaturas), nos advierte por boca de Renato-Mendo que la tal Azofaifa …

(La infeliz es una histérica

que no sé cómo la aguanto.)


     Siendo ello así, está de más la machacona sobrerrepresentación del histerismo de la morita. A cambio, nos perdimos los octosílabos inmortales que la describen, incluyendo los esdrújulos. El director ha tomado el rábano por las hojas y ha esdrujulado la acción en vez de recrearse, para recrear al auditorio, en los versos

¡Mora que a mi lado moras!....

¡Mora que ligó sus horas

a la triste suerte mía!...

¡Mora que a mis plantas lloras

porque a tu pecho desgarro!...

¡Alma de temple bizarro!

¡Corazón de cimitarra!

¡Flor la más bella del Darro

y orgullo de la Alpujarra!...

¡Mora en otro tiempo atlética

y hoy enfermiza y escuálida,

a quien la pasión frenética

trocó de hermosa crisálida

en mariposa sintética!...


No quiero pasar por alto la acertada y bella expresión de los sencillos, versátiles y eficientes decorados. Así como la originalidad y buen uso que se hace del vistoso vestuario. Ni tampoco otros muchos detalles: la iluminación, los tres barbudos nobles pravianos (que son primos porque son hermanos) que, por mor de una reducción de costos en la producción y, al ponerlos por orden de estatura, nos muestran que el más bajito es … la bayadera Azofaifa.

Tampoco quisiera que se interpretara lo que he dicho como que yo no me muevo del estreno de la obra en 1918. Por el principio de adaptación que rezuma en la obra y que mencioné antes, el Don Mendo de la medieval mazmorra que va a ser emparedado parece retratado en San Quintín y, eso tiene gracia.

Yo me reí a rabiar en otra representación, que no en ésta de Tricicle, cuando en la tercera jornada aparecía el ejército de Alfonso Siete y acompañantes, todos salidos del patio de butacas, bailando al son de la música de “El puente sobre el río Kwai”.

A mis nietos aquello les pareció un rollo. ¿Cómo se va a comparar todo eso con lo bien hecho que está el cine?, añadieron (supongo que pensaban en los coches en llamas que vuelan veloces por los aires, y cosas de esas).

QUIÉN hay detrás

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