Pg. 92 En 1663, el Santo Oficio (la Inquisición) condenó cuatro libros de Descartes y los puso en su índice de Obras prohibidas. El motivo de tal decisión se mantuvo en secreto hasta 1998 cuando el cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, que a la sazón era prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe (la versión moderna del Gran Inquisidor) ordenó que se hicieran públicos los archivos hasta el año 1903.


    Hoy nos parece tan natural que cada cual piense por su cuenta y por eso apenas damos importancia a la labor que Descartes hizo al respecto. Cuando en 1642 se había escrito tan seria y bellamente que “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, / pero el honor es patrimonio del alma, / y el alma sólo es de Dios”, con todas las connotaciones que a esos versos de Calderón (el Alcalde de Zalamea) se puedan dar, y con su carga práctica de verdad de fe revelada con que se admitían, se ve que Descartes implicaba un cambio radical.

     

    La razón, aplicada al razonamiento, había de conducir a la revolución de la modernidad que dio pie a la ilustración, la curiosidad por la investigación, la inventiva, la lucha por una justicia y una igualdad impensables entonces.

     

    Pero lo que ocurrió es que, en la raíz del propio movimiento estaba la semilla de lo que cabía esperar: Para los de la Ilustración radical (pg. 100) el objetivo de Descartes era poner fin a la tradición religiosa y acabar con la tiranía de la superstición. Otros, más moderados, se orientaron hacia el ateismo o el deísmo (Pg. 104): Creencia en Dios basada en la razón y no en axiomas religiosos. Las acusaciones de ateismo estaban a la orden del día (Pg. 105) a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII, pero no porque los acusados manifestaran no creer en Dios, sino porque su definición de Dios no requería una Iglesia como entidad mediadora. Es decir, se los perseguía por deístas, no por ateos. Lo que preocupa a la Iglesia es que alguien pueda socavar su estructura.

     

    En Kant se pueden encontrar las bases del deísmo: en hallar (Pg. 109) los fundamentos trascendentales de la religión, es decir, en basar la fe no ya en una Iglesia, ni en un Libro Sagrado, sino en la mente humana, en el mundo y en la relación entre ambos.

     

    Esta división entre ilustrados moderados y radicales se observó en diversos ámbitos. Por ejemplo, los líderes de la contemporánea independencia de los EE.UU de América eran deístas que habían convertido en religión la ciencia de Newton. Jefferson, en la declaración de independencia invocó “las leyes de la naturaleza y del Dios de esa naturaleza” (Pg. 110). Así, el himno americano arrastra la estrofa que data de 1814 y reza: In god is our trust (en Dios tenemos puesta nuestra confianza). Y desde 1956, en el lugar más adecuado de los Estados Unidos, sus monedas, podemos leer: In god we trust (una especie de advertencia al inversor americano: Confíe V. más en Dios que en Wall Street …)


    Pero entre los líderes de la Revolución Francesa predominaban los radicales. Lo que había empezado en la mente de un puñado de intelectuales (la antipatía hacia el Rey y la Iglesia por encerrar a la gente en las mazmorras, y por controlar sus vidas, sus pensamientos y sus carteras) se extendió a todos los niveles de la sociedad, con la ferocidad … (Pg. 111).

     

    Aquí se planteó una cuestión muy semejante a la que vivimos en España en tiempos de la Transición Política en la década de 1970: Elegir entre la Reforma y la Ruptura. Afortunadamente para los españoles, entonces se hizo bien. En cambio, en la Francia de finales del siglo XVIII …


Pg. 111 Si la modernidad requería, en definitiva, una ruptura completa con las estructuras existentes (de pensamiento, de creencias, de la sociedad y de todo en general), entonces lo ocurrido en  Francia en 1789 y durante la década siguiente, era terriblemente necesario (ignoro si cuando nuestro autor escribió este último adverbio no estaría pensando en el substantivo terror). También demostró algo que Descartes no había previsto cuando reorientó su visión del mundo basándose en la razón, pero que en los siglos siguientes acabaría siendo tristemente familiar: como principio organizador o grito de batalla, la razón no conduce necesariamente a la paz y al orden, sino que puede generar extremos increíbles de violencia inhumana.


    Parece que Descartes se despistó: que alguien tenga razones para hacer algo no equivale a que tenga la razón. Una cuestión que no quisiera pasar por alto dada su importancia y consecuencias, es el tratamiento que da Descartes al problema filosófico mente / cuerpo.


Pg. 18 El concepto de “dualismo cartesiano” (nuestras mentes y nuestras almas existen con independencia del mundo físico) ha sido asumido por la derecha. Los pensadores conservadores (monarcas, teólogos y filósofos) han recurrido a la distinción cartesiana entre pensamiento y cuerpo para sostener su argumento de que existe un ámbito eterno de ideas, creencias y principios que están fuera del alcance de la mirada inquisitiva de la ciencia y que es la base de toda moral humana y del poder terrenal.

     

    Es decir, separación de alma y cuerpo. Por el contrario, los materialistas (Vogt, Pg. 208) llegan a decir: “El cerebro secreta pensamientos, del mismo modo que el estómago secreta jugos gástricos, el hígado bilis y los riñones orina”. “No existe un alma independiente”.

     

    Como se ve, la polémica está planteada desde Descartes, y continua:


Pg. 198 La izquierda tiende a aceptar las posibles consecuencias de igualar mente y cerebro: si al hacerlo hay que reconstruir sobre nuevas líneas los elementos básicos de la sociedad (el yo individual, la religión, el matrimonio y los sistemas morales), que así sea. Algunos ejemplos de renovación de los valores humanos podrían ser la promoción de la igualdad de derechos de la mujer y las minorías, la legalización del aborto, la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo, el reconocimiento de los homosexuales a adoptar, y la consideración de que las otras culturas y religiones son tan válidas como la propia.


    Y para terminar mis comentarios, tomo del libro una gota de humor. El coleccionismo que suscitan los huesos, y en particular el cráneo de Descartes están tratados con todo el rigor histórico posible, pero al tiempo, con cierta gracia. En el libro se pasa por momentos en que Descartes no tiene cráneo, o tiene uno (que no se sabe bien si es el suyo o no), o incluso tiene dos.

     

    Alguien llegó a decir algo así como: “Si hay gente estúpida con un cráneo, qué problema hay en admitir que Descartes, con lo listo que era, pudiera tener dos?”

     

    En 1754 había cuatro cráneos o fragmentos de cráneo supuestamente pertenecientes a Descartes (Pg. 179). La situación empezaba a parecerse al tráfico de reliquias de comienzos del cristianismo. Refiriéndose a ese tráfico, Calvino escribió, con protestante desprecio, que había suficientes fragmentos de la “vera cruz” circulando por Europa como para completar el cargamento de un barco.


    Todo Esto recuerda el viejo y conocido chiste que se hacía con el cráneo de Napoleón que supuestamente se conserva en Los Inválidos. De hecho habría tres: el de Napoleón niño, el del adolescente y el de la isla de Santa Elena  …


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