TÍTULO: Los huesos de Descartes.

AUTOR: Russell Shorto.

Es colaborador habitual de la revista del New York Times. Reside en Amsterdam donde es director del Instituto John Adams.

DUOMO EDICIONES SL. Primera edición, mayo 2009.



     Excelente libro escrito con rigor histórico, erudición y amenidad envolviendo una trama de contenido social, filosófico, teológico y hasta detectivesco, todo ello fruto de un concienzudo trabajo de investigación. De situaciones anecdóticas, el lector aprende a veces cosas muy interesantes.


Pgs. 70 / 71 … el Concilio de Trento habría puesto fin al tráfico de reliquias un siglo antes de la muerte de Descartes …

... el año 787. El Segundo Concilio de Nicea estableció la conveniencia de que todas las iglesias nuevas que proliferaban a lo largo y ancho de Europa dispusieran de una reliquia sagrada que respaldara su santidad. La decisión dio pie a un mercado oficial de huesos, con los canónigos y obispos buscando porciones de huesos importantes o relevantes para sus nuevas iglesias.

     

    Los fanáticos laicos y laicistas de ahora lo son tanto como lo fueron los creyentes de otras épocas. Ahí tenemos al Presidente Zapatero, su gobierno y sus amigos que son tan modernos, tan progresistas y tan avanzados en laicismo, que son como si fueran no ya preconciliares y prototridentinos sino que son afectos nada menos que al II Concilio de Nicea.

     Y si no, véanlos escarbando por las cunetas para encontrar huesos de más de 70 años que dignifiquen sus parroquias de votantes. Si hubieran dado con los de “el Poeta” [Gª Lorca], habría sido ya el delirio!


Pg. 64 Hace tres siglos y medio, el cementerio de Adolf Fredriks Kirka era un pequeño camposanto rural, el lugar apartado elegido por Pierre Chanut para el descanso eterno de su amigo (Descartes).

En 1986, en la calle que discurre por el este de ese mismo cementerio cayó abatido a tiros Olof Palme, el elocuente primer ministro socialdemócrata sueco. La tumba, cuyo carácter minimalista es apropiada para un país famoso por la sobriedad de su diseño, sigue siendo un lugar de silencioso peregrinaje.

     

    Doy fe de la excelencia, solidez y sentido práctico del diseño sueco desde que en la década de 1960 (yo no lo sabía, pero IKEA había abierto su primera tienda en suecia, el año 1958) tuve ocasión de trabajar en Metalúrgica de Santa Ana, Linares (Jaén) en la adaptación del diseño, para su fabricación, de las cosechadoras remolcadas de la firma sueca AKTIV.

     

    No fuimos sólo nosotros quienes tuvimos acierto en la elección de la licencia sueca. En un viaje de verano que hice precisamente a Lund, pude comprobar que los campos de cereal del norte de Europa estaban siendo cosechados mayoritariamente por las AKTIV remolcadas, cuando no por otras cosechadoras autopropulsadas.

     

    Por cierto, voy a copiar algunos retazos que muestran el protagonismo de la ciudad sueca de Lund en el libro, dado que Descartes vivió y murió en Suecia.


Pg. 179 Aún así, es posible encontrar explicación al menos a una parte de los restos craneales. Trolle-Wachtmeister estaba en lo cierto cuando afirmó que la Universidad de Lund poseía un objeto cuyos custodios consideraban un trozo de Descartes.


Pg. 182 En el asiento original de 1780 que registra el ingreso del hueso parietal de la colección de Lund, su autenticidad se da por descontada: sin embargo muy pronto surgieron dudas.

     

    Podría decirse que estas dudas son unas de las muchísimas que salpican (que sazonan de sal y pimienta el relato filosófico-detectivesco de R. Shorto). Se trata de la duda metódica que el propio Descartes nos dejó en herencia.

     

    Seguramente los manuscritos de la Biblioteca de la Universidad de Lund (pg. 270) ayudaron a nuestro autor a liberarse del naufragio de tanta duda.


Pg. 78 En los círculos cartesianos se utilizaba la razón para argumentar que la democracia y no la monarquía absoluta era la única forma justa de gobierno, lo cual hizo cundir el temor en el establishment europeo.

     

    Pero la razón, una vez puesta en funcionamiento, es difícil de parar. Así, Descartes llegó a profundizar en una cuestión que, con la apariencia simple de pura fe católica, llegó a tener consecuencias de toda índole: desde teológicas y filosóficas hasta otras relacionadas con el poder temporal: era la cuestión de la transustanciación eucarística (término acuñado por los teólogos en 1100): las substancias de pan y vino son sustituidas por las substancias del cuerpo y la sangre de Cristo (pag. 80).

     

    Cuando mi padre trataba de explicarle a mi hijo niño cómo esto ocurría por obra y gracia de las palabras que el sacerdote pronunciaba en la consagración, durante la misa, el nieto le interrumpió: “Pues si el cura consigue eso, es que hace magia!”

     

    Pasaron los años y le llegó el turno, sobre la misma cuestión, al primogénito del de la magia. De la cosa se ocupó la tía, medio monja ella, y hermana de la abuela. Había que simplificar la cuestión, bastante complicada por el tomismo. Ya no se trataba de que estuviera allí, en la ostia, el cuerpo de Cristo. Era igual de importante que se tratara de un recuerdo vivo de la última cena del Señor. Como la familia era muy piadosa, se sintió muy a gusto con lo bien que quedaba la cuestión.

     

    Cierto es que ya hacía mucho tiempo que no volví a ver aquellos aspavientos litúrgicos con procesión incluida, que se producían cada vez que, al dar la comunión, alguna sagrada forma se caía al suelo. Lo que no sabía la familia (la medio monja incluida) es que se estaba cayendo en herejía.

Pg. 79 Los protestantes sostenían que el pan y el vino representaban el cuerpo y la sangre de Cristo, mientras que para los católicos el mero simbolismo no reflejaba la verdadera naturaleza del misterio.


Pg. 81 Además de tener un vasto sentido espiritual, ese concepto tenía importantísimas implicaciones para el poder mundano. De él dependía toda la infraestructura de la Iglesia (parroquias y catedrales, curas y monjas, propiedades inmobiliarias, obras de arte, beneficios económicos y capacidad para educar y manejar a los jefes de Estado).

     

    Sólo un sacerdote debidamente ordenado podía decir misa y, cuando celebraba la comunión y repetía las palabras “este es mi cuerpo”, el eclesiástico asumía el papel de Cristo y se convertía en el vehículo indispensable para que los católicos participaran en el misterio … Puesto que la ostia era la materia real del cuerpo de Cristo, la Iglesia tenía lo que consideraba derechos exclusivos sobre la salvación. La reforma protestante fue un ataque a la transustanciación y el poder temporal que ésta confería a la Iglesia católica.


Pg. 83 Al parecer, el alma de Cristo no era suficientemente sustancial para sostener el edificio de la Iglesia en el mundo. Las autoridades católicas también necesitaban el cuerpo.


     Toda esta polémica venía originada por la cuestión filosófica que debería establecer la distinción entre esencia y accidente. A Descartes no le gustaba el tratamiento que Aristóteles había dado al asunto y, como consecuencia, se había enfrentado a la escolástica.

     

    La Iglesia católica cortó por lo sano y …                                                                                                                                         


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