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QUIÉN hay detrás

QUÉ hay detrás

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Me fijaré en dos ejemplos que avalan la opinión del semblanzador a propósito de las múltiples variantes psicológicas que vaya a ofrecer el autor. Con ello se puede tener una visión algo tosca, pero bien orientada, del contenido del libro y del talante de su autor.


Página 221:

Fue que una tarde, cuando … la sangre hervía en las venas, habíamos ido de paseo a la huerta unos cuantos escolares sin fraile ni acompañamiento alguno, pues éramos todos alumnos de los últimos años, y gozábamos de muchas preeminencias y libertades, como individuos que en breve serían compañeros de profesión eclesiástica de los frailes.


…Al llegar a la amplísima huerta de altas tapias hallamos que se hallaba entornada [su puerta] y que unas mujeres –cuatro- cogían de prisa flores dentro.


Cerramos la puerta con nuestra llave, y, al vernos pasar, las mujeres quisieron huir.


De nada les valió… En nada reparamos. Nadie podía vernos. Y allí hicimos la bacanal más completa. Sólo faltó el vino. Se asustaron las mujeres. Éramos muchos. Gritaron, corrieron, se resistieron. Pero al fin cayeron. Era la primera vez que acariciábamos carnes blancas.


Las primeras horas de la noche nos sorprendieron todavía sobre el césped.


¡Oh vida del convento, tranquila y placentera, terrible y nostálgica, mística y voluptuosa a la vez; en mi corazón has hecho un nido de recuerdos gratos; debiera maldecirte y aborrecerte, y conservo, sin embargo, tu imagen como el retrato de una mujer amada, porque a ti va unida mi juventud!

Página 221:

Querido tío:

¡Ha ocurrido una cosa horrible!

Cuando llego al seminario está la Policía guardando sus puertas, y difícilmente he podido entrar.

Los teólogos sorprendieron anoche a los superiores en las celdas de los escolares de más corta edad.

Según la versión más autorizada, a altas horas de la noche oyéronse agudísimos gritos procedentes de las celdas de los estudiantes de latín.

Puedes imaginarte lo sucedido. Han declarado cosas infames estos pequeñuelos.

Los tales frailes no se dedicaban sino a forzarlos.

Inmediatamente, los teólogos e internos más viejos han pretendido linchar a los superiores y ha habido carreras por los claustros y tiros hasta por los tejados. Es un escándalo formidable, cuyos rumores llegan ya a la población.

Continua la carta con unos detalles estremecedores que evito y la termina con esta admiración:

¡Oh, infames!

Sin pretender erigirme en juez de nadie, sí creo oportuno hacer reflexionar al lector sobre la reacción de nuestro autor a propósito de las parecidas situaciones relatadas en las dos últimas páginas (un juez entendería de semejanzas y desemejanzas con el código en la mano), según que el infame protagonista sea él o sean otros.


Haré una observación sobre la apabullante erudición bibliográfica de AM a la que no encuentro otra explicación que la dedicación incansable a un trabajo que le apasiona. Además, le apasiona el trabajo en sí, como ya se adelanta en la SEMBLANZA y demuestra en las páginas siguientes: 169 (“La vida de intenso trabajo es encantadora, si no es pesada”). 170 (“Y la vida, ¿puede vivirse sin el trabajo? Yo siento placer en vencer las dificultades”). 178 (“La perseverancia en el trabajo, juiciosa y constantemente aplicado, se convierte en genio”). 199 (“Hasta los hombres más competentes encuentran un placer indecible en gozar los frutos de su propio trabajo”).


En el libro se ve que nuestro autor estudió música (interpretaba con soltura al piano a Beethoven y a Liszt, y a Bach en el órgano) y francés. Pero no se dice nada de que estudiara inglés, aunque se ve que leía a Shakespeare, traducido, a los 10 años:

¡Si vieras lo que me gusta … una traducción de Romeo y Julieta, de Shakespeare! … Quemaría mis libros del convento, créeme. Me molestan. No los entiendo.

Se ve que aprendió inglés después de escribir este su libro. ¡Y cómo lo aprendió! No hay más que asomarse a las notas adjuntas a la traducción que hizo de las tragedias de Shakespeare, para calibrar el monumental trabajo de investigación que AM tuvo que realizar en competencia, incluso, con eminentes filólogos ingleses.


He leído en varios sitios que AM era masón aunque él lo negara con contundencia: “Jamás he sido iniciado en la Masonería ni he tenido nunca el menor interés por conocer tan repugnante secta, ni oí hablar en mi vida de tal logia “Conde de Aranda”. Añadiendo: “que no podía pertenecer a la masonería porque él de siempre, por tradición hidalga de su casa ha sido, es y será un ferviente católico, que asiste a misa con frecuencia”.


No me extrañaría que alguien del ámbito curial lo hubiera acusado ante el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y del Comunismo, dados sus antecedentes levantiscos en el seminario. A este respecto dice AM en su libro (Capítulo “La enseñanza monástica” págs. 117-124) algo muy interesante que quiero resaltar por su extraordinaria importancia: