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A poco que se meta uno a indagar en la peripecia vital de la pareja, se llega a quererlos a ambos, a Gustavo Adolfo y a Casta. Así que yo voy a dar mi particular versión, tan plausible como cualquier otra, desde mi propia experiencia y desde el afecto y compasión que me inspiran.

Cuando Gustavo manda a Casta a Noviercas para protegerla de la revolución que terminaría con el destronamiento de Isabel II, ya estaba embarazada. Él tuvo que quedarse en Madrid pues su trabajo dependía de la permanencia de González Bravo en el poder; éste cayó y Bécquer quedó cesante; en cuanto ello ocurrió, en octubre, se fue a Noviercas con Valeriano.


Casta vio en ello no obstante, un episodio más de su apego a Valeriano y consiguiente alejamiento de ella. Ya venía Casta desafiando a su marido con celos sin más alcance que el de atraérselo; todo era de palabra y nada de obra. Pero Casta era atractiva y coqueta y su apariencia superaba a la realidad. El tercero en discordia era "el Rubio", la oveja negra de los Borovia, una respetable familia de Noviercas. Tenía los mismos años que ella, era un bala perdida, y Casta había coqueteado con él de jovencilla cuando en los veranos venía de Madrid a Noviercas.


Por entonces "el Rubio" ya estaba casado y con dos hijos, así que debería ser poco peligroso en materia de celos. La realidad es que no sólo no lo era, sino que seguía sin sentar la cabeza.


Así las cosas se llega a finales de diciembre y Casta da a luz el día 15 a Emilio con la consiguiente eclosión de la sonada tragedia. No me explico cómo ha pasado desapercibida a todo el mundo la coincidencia del nacimiento del hijo con lo sucedido a continuación. Quien haya vivido la experiencia de una depresión post-parto en la mujer sabe la cantidad, variedad y calado de las barbaridades que puede poner una pareja sobre el tapete en tales circunstancias.


Las barbaridades se amplifican, crecen al compás de las voces, se inventan unas sobre otras, se justifica lo injustificable, se relaciona lo irrelacionable y al final, además de perderse las razones, se puede llegar a perder la razón. Y los Bécquer tenían un arsenal de motivos, en especial Casta, para alimentar la situación que protagonizaron. De haber estado advertidos, todo podría haber quedado en una tormenta de verano como la de la sinfonía Pastoral de Beethoven.


Pero no fue así: La escena recordaba más bien a la Tempestad de Shakespeare: "Parece que las nubes quieren arrojar fétida brea, y que el mar, por extinguirla, sube al cielo".


Efectivamente por el cielo pasaban negros nubarrones sobre los que se podían leer cosas así:

               

                Tú Casta, tan culta, que conocías bien a Sor Juana Inés de la Cruz, no leíste nunca

                                                                                         El curioso impertinente en el Quijote?

                Si tú, Gustavo fuiste un mujeriego, no puedes esperar mucho más.

                Genéticamente lo teníais difícil. Tú, tirando a abúlico y conformista y ella con mucho

                                                                    carácter e iniciativa; vamos, los papeles cambiados!

                Un hermano no debe sustituir nunca a una esposa.


Los salvó su buen corazón: "Casta, unos reales para ti y besos para el Emilín!" Y Casta volvió a su marido cuando Valeriano desapareció de la escena: hasta la muerte!


                ... te quiero tanto aún, dejó en mi pecho

                tu amor huellas tan hondas ...


Le dijo, nos dijo a todos Bécquer en su Rima XXXVI.


                Y al caer de la tarde que teñía

                tu soledad de rosa y de contento,

                al negro virarás: melancolía.


Así terminaba mi soneto evocador del Moncayo.




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