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ARAMBURU


De este autor he escrito mis comentarios a su libro UTILIDAD DE LAS DESGRACIAS que he leído con delectación. Decidí dejar de comentar a la altura de la cuarta parte de su lectura porque ya me pareció larga mi escritura. Prometí, sin embargo terminar la lectura y, como he seguido encontrándola sugestiva, he pensado seguir en el presente artículo, extrayendo a mi conveniencia todo lo que pueda resultarme de interés que, seguro, ha de ser mucho.

Le gustaría a uno permanecer a solas con sus pensamientos, recrear de vez en cuando la mirada en las formas huidizas del paisaje y abismarse, a ratos en la lectura de un periódico o de un libro. Todas éstas son actividades lentas, de muy baja densidad acústica. Se practican, además, dentro de una membrana invisible, llamada soledad.

Con gusto me adhiero a estas consideraciones. Siempre he tenido que luchar con los demás por defender estos supuestos. Me explicaré un poco más, pero resumo antes con el soneto al que di el título de Elogio de la soledad, hace 15 años; copio de él un cuarteto y un terceto:

La soledad en solidez se gira

si el yo profundo pongo al descubierto

para ofrecerlo con talante abierto

a quien tal vez recela mi mentira.


No me tengo por mero solitario

pues que la soledad  que me alimenta

me da disfrute y torna solidario.

Pero hay algo más. A mi me gusta sacar cosas de mi cabeza, eso sí, alimentándola de vez en cuando con lecturas, cosa que me resulta imprescindible. Sin embargo veo que a muchos otros les basta sólo con llenar su cabeza, ya sea con lecturas pero también con vídeos, películas, música o conversaciones. Meter cosas en la cabeza no cuesta mucho. Lo de sacarlas, ya es harina de otro costal. No tengo que añadir que Aramburu es de los que disfrutan sacando cosas de su cabeza: ahí están sus libros.

Dichas  actividades [se refiere a las asociadas a la soledad] resultan de costumbre incómodas, incluso desazonantes, para las personas que atraviesan la vida con un saco de desasosiego sobre la espalda, con mayor razón para aquellos que consideran aburrido lo que no se mueve, no suena, no emite resplandores cambiantes.

Coincido con Aramburu en abominar de “los efectos especiales”, esos que tanto deben adornar hoy cualquier cosa que se precie de ser suficientemente in a fin de que tú te sientas cool a tope. Seguramente es esto lo que me hace sentirme a gusto con las películas de José Luis Garci.


Sé que mi audiovisual MINGOTE, UNA ANTOLOGÍA DEL GESTO que se presentó al público en el Club Urbis de Madrid el 25 de octubre de 1983 y que hoy ocupa lugar preferente en mi sitio web


https://caprichos-ingenieros.com/que.html//Mingote, una antología del gesto


no gusta a la gente tanto como a mí e incluso tanto como gustó al propio Mingote: “La gente se lo ha pasado pipa”, me confió contento al término de la presentación pública.


Lo que se ve en la web consiste en 107 imágenes asociadas a sus respectivos parlamentos. Opté por esta forma audiovisual, intencionadamente: entiendo que el modo estático es el mejor para una contemplación sosegada de las imágenes; ello propicia, además, la mejor acomodación óptica. Así pues, nada de efectos especiales.


Hoy, una GIF (Graphics Interchange Format) diseñada con buen gusto e ingenio (insisto en esto porque ya empiezan a contaminarse también del síndrome del efecto especial), de esas que discretamente comparten proporcionadamente estatismo, tiempo, arte y sutileza, no tiene nada que hacer frente a unos vídeos en que los coches chocan y  vuelan incendiados por el aire dando vueltas hasta que caen a tierra para que sus conductores salgan de ellos más frescos que una lechuga y con la satisfacción de haber superado un reto increíble.

Como se sabe, Franz Kafka acertó a sacarle provecho literario a la figura del individuo a quien le está vedada la soledad… Me refiero al hormiguero donde el individuo no cuenta por sí mismo, sino en función del dinamismo impersonal de la masa. Se fomentan entonces los desfiles, las concentraciones multitudinarias, los controles burocráticos, lo que sea con tal de abolir la intimidad , terreno propicio para el pensamiento incontrolable y, por tanto, para la disidencia.